El desarrollo..., ¿qué desarrollo? ¿económico,
ecológico, el de la libertad y los derechos humanos,...? ¿el que
definimos nosotros, el que definen ellos, el que define no se sabe
quién?
Cuando el paradigma racionalista engendró un modelo de desarrollo basado
en el crecimiento económico, lo hizo para que perdurase en el tiempo y
se expandiese por todo el espacio posible, o, mejor dicho, útil. Si en
los años cincuenta el modelo capitalista se veía crecer y crecer en
competencia con un estatismo, que también crecía y crecía, el
hundimiento de la economía ultraplanificada y centralizada, a la vez que
la suavización de los regímenes militares neofascistas, contempló la
emergencia de un neoliberalismo capitalista, proclamado el fin de la
historia. Las recetas de ajuste estructural, el seguidismo al modelo de
los Estados dominantes, el economicismo a nivel macro, la medición por
grandes indicadores productivos se hizo ley y religión en materia de
desarrollo.
Han surgido nuevos paradigmas, críticos ante resultados
no contemplados en ese modelo neoliberal capitalista, y aupados en los
últimos años por una crisis estructural que todo lo replantea. Algunos
hacen resurgir de sus cenizas un fortalecimiento del Estado como fórmula
redistributiva de los parabienes obtenidos de los recursos naturales.
El socialismo del siglo veintiuno reestructura el aparato público para
garantizar derechos básicos. Entre ellos apenas toca el de herencia,
libre empresa o propiedad privada, por lo que se identifica con un
matizado capitalismo de Estado o socialismo de mercado.
Otros consiguen fuertes niveles de crecimiento
económico, y también de desarrollo humano a la zaga de los anteriores,
potenciando en paralelo estructuras estatistas robustas e inapelables
con un capitalismo salvaje y ultraliberal. El modelo, muy criticado pero
también admirado, puede hacer que un Estado, el más poblado del mundo,
se convierta en el segundo más importante del planeta y, quien sabe, si
el primero más pronto que tarde.
También hay quien alza su voz, que no tanto la praxis
histórica, a favor de un desarrollo entendido como libertad, como
conquista de los derechos humanos universales, especialmente aquellos de
corte político, civiles. Se apoyan en una interpretación de los años
noventa como los de la expansión del bienestar a la vez que de la
democracia, por supuesto definida desde la perspectiva liberal,
occidental, electoralista e individualista.
Pero, ¿no sería necesario dejar de hablar de desarrollo
como “el desarrollo”? ¿sería posible que, además de proclamar a los
cuatro vientos la necesidad del autodesarrollo, lo respetáramos de
manera efectiva? ¿tan conveniente es que todo el planeta deba caminar
hacia el mismo lugar y de la misma forma? Criticábamos el desarrollismo
de los setenta, que pervive con fuerza hoy día, porque dividía entre
desarrollados y en vías de desarrollo, entre los que viven en la fecha
actual y los que lo hacen como cincuenta o cien años atrás, entre los
que llegaron y los que están por llegar. Pero, ¿no estamos aplicando el
mismo paradigma cuando hablamos de democracia o de derechos humanos
universales, aquellos que proclamaron un grupo de hombres, adinerados,
blancos, occidentales, de mediana edad, en un único punto de la Tierra?
No deberíamos necesitar que nuestros vecinos dejasen que
extrajéramos su petróleo barato para poder sobrevivir, que nuestras
costas se llenen de cemento y servicios que utilizar para poder obtener
beneficios indispensables para la supervivencia, envenenar la tierra
para comer alimentos extratempranos, casi atemporales. El intercambio y
el enriquecimiento mutuo nada tienen que ver con la dependencia. Y para
no caer en ésta cada cuál debe escoger su camino y modelo de desarrollo.
Y obligatoriamente no llegaremos al mismo lugar, ni tendremos el mismo
proceso. Eso es el autodesarrollo, el desarrollo endógeno, el desarrollo
autónomo. Por más que nos cueste aceptar que una nación (que no es
siempre un Estado, más bien casi nunca) y que una comunidad (que no es
simplemente la suma de individualidades, sino mucho más) tome veredas
distintas de las nuestras debemos aceptarlo como su propio proceso.
Tendremos que garantizar nuestra supervivencia básica, nuestra forma de
alimentarnos, resguardarnos, curarnos, educarnos, relacionarnos con la
naturaleza o con la trascendencia, y hacerlo sin conflicto con otras
formas de desarrollo, sin dependencias, sin coacciones, sin
proselitismos. Es probable que de esta forma las diferencias de lo que
hoy llamamos desarrollo no sean importantes, que el consumismo sea
desterrado, a favor de un consumo lógico y responsable; que la
innovación tecnológica insustancial, del entretenimiento-adormecimiento,
decaiga a favor de una tecnología apropiada (hecha propia), adaptada al
medio (no universal) y realmente útil para la supervivencia; que las
citas para depositar una papeleta partidaria, que poco se diferencia de
la otra opción, cada periodo de más de mil días, deje de llamarse
participación política, para dar paso a un empoderamiento real de los
grupos, las comunidades y las naciones (insisto, que no Estados), que
decidan cada paso a dar y el lugar al que se quieren encaminar.
El desarrollo..., ¿qué desarrollo? ¿económico,
ecológico, el de la libertad y los derechos humanos,...? ¿el que
definimos nosotros, el que definen ellos, el que define no se sabe
quién?
"Desarrollo, pero ¿Qué desarollo?", por Vicente (Critica y Alternativa)