Diagonal Periódico
La enésima crisis terminal del capitalismo se salda, por ahora, con un muerto
bien vivo, y unas izquierdas boqueando, como evidencian sus tremendas dificultades
para lograr movilizaciones amplias. Este escenario también es el de los
movimientos sociales de base, a los que, quizás, les convendría revisar el filo y
pertinencia de sus arsenales y repertorios de intervención. Abrimos un debate.
- Ilustración: Emma Gascó.
En Democracia Charles Tilly
postulaba que las conquistas
de derechos y capacidades
sociales se gestan y
obtienen durante largos períodos de
tiempo, mientras que es muy probable
que su pérdida sea brusca, repentina.
Peor aún, ninguna sociedad debería
jactarse de la irreversibilidad
de sus mejoras del ‘bien común’ pues
siempre amenazan las élites dominantes
con destruirlas, y las llamadas
‘crisis’ son su mejor excusa para
ello. La aparente fugacidad de los
eventos revolucionarios sólo respondería,
pues, a una lenta fermentación
de organizaciones opositoras o de
agravios.
De ahí el doble sino de los
movimientos sociales emancipadores:
un lento tejer de redes sociales
que intentan revertir las dominaciones
actuales a la vez que resisten los
embates de las fuerzas retrógradas.
¿Cómo combinar, pues, esas necesarias
alianzas movilizadoras y las operaciones
‘defensivas’, en un contexto
de diversidad de interpretaciones y
de vivencias, de dispersión organizativa
y de múltiples contradicciones
en la sociedad civil y, sobre todo, de
la penetración capilar de los intereses
de los capitalistas globales en todas
nuestras vidas, instituciones y
espacios?
Estrategias inclusivas
Como es evidente, las respuestas
varían mucho según cada grupo o
movimiento, y también según los
contextos locales, metropolitanos o
estatales. Sin embargo, a mi juicio,
un exceso de particularismo en esa
‘voz’ pública puede conducirnos a lo
que Albert Hirschman denominaba
“salida”: una huida hacia dentro
–sectarismo– o hacia delante –vanguardismo–
descuidando ese “lento
tejer” de lo colectivo en su doble
faceta.
Ensayemos, por lo tanto, estrategias
desde nuestros propios ámbitos
que puedan ser inclusivas de
ámbitos afines. Desde los centros sociales
autogestionados –okupados o
con distintos regímenes de tenencia–
los retos podrían enunciarse con
nuevos interrogantes: ¿Cómo
coordinar entre sí las luchas sociales
que los atraviesan, dentro de cada
centro social y con otros centros sociales?;
¿cómo formar y fidelizar una
base amplia de activistas?; ¿cómo señalar
conflictos que trasciendan a
los núcleos de activistas, catalizando
simpatías y apoyos más generales?;
¿cómo legitimar un mínimo conjunto
de espacios propios, autónomos,
persistentes, aunque porosos al uso
y la reapropiación de cuantos los enriquezcan?
Estos retos no apuntan tanto a una
ideología o utopía compartidas en
calidad de eje motivador de los/as activistas,
como a una comprensión de
la sociedad en términos de sus lógicas
de agregación y de cambio. En
los centros sociales, según Hans Pruijt,
se capacitan y potencian –aún inestables–
formas de vida alternativas
a las pautas dominantes, se experimenta
una socialización en la democracia
directa con todas sus virtudes
y limitaciones, se satisfacen necesidades
básicas negadas por el Estado
o los mercados.
En términos de
Tomás R. Villasante, se constituyen
“grupos motores” que auscultan las
necesidades sociales de su entorno,
que parten de la cotidianidad para
desplegar estrategias creativas de
oposición, protestas y propuestas.
Cada vez más habitados por colectivos
más variados, muchos centros
sociales han logrado ‘salir del gueto’
y propiciar, poco a poco, la gestación
de nuevas complicidades sociales,
aunque el precio, con frecuencia, haya
sido perder un discurso político
propio, identificador como movimiento
u organización a semejanza
de lo logrado por las asociaciones
vecinales o ecologistas.
¿Qué líneas de trabajo político, en
ese sentido de reapropiación y producción
de lo común, se abren hoy a
los centros sociales?
Por ejemplo, las comunidades de
ayuda mutua entre los colectivos
más subordinados –en Madrid: Instinto
Precario o Ferrocarril Clandestino–,
las iniciativas de autoempleo
social y cooperativización sin trabajo
asalariado, las luchas anti privatización
en los servicios públicos, los
comités de huelga, etc.
El Mundialito
Antirracista de
Alcorcón, por ejemplo, la semana
de lucha social del Rompamos
el Silencio (RES) y la reciente
iniciativa del Patio Maravillas
y otros colectivos “contra
el expolio de lo común”, si ilustran
cómo fortalecer esos vínculos.
Una campaña por la despenalización
de la okupación
auguraría semejantes efectos.
Los centros sociales siguen
siendo nodos básicos de enlace
de distintas luchas. Lo han
hecho, hasta ahora, desde los
pilares de la autogestión y el
antiautoritarismo; dinamizando,
sobre todo, a la población
de su entorno más inmediato.
Según lo argumentado aquí,
su propia lucha se enfrenta
ahora al dilema de ampliar su
territorio para incidir en los
conflictos sistémicos más relevantes
y renovar –y reforzar–
las alianzas de afinidad que
puedan dotar de consistencia
a una onda larga de movilización
social anticapitalista.