Atraco perfecto

El atraco perfecto. Con alevosía y reiteración.

Quiebra del sistema financiero - rescate astronómico con dinero público: 905.000 millones de dolares - paquetes de estímulo (como el Plan Ñ) - aumento de la deuda pública - recortes sociales.

El atraco perfecto, con el aplauso de gran parte de las víctimas. Perfecto.

Es el atraco perfecto. Con alevosía y reiteración. Primero una quiebra del sistema financiero, víctima de su propio latrocinio, que se salva mediante un rescate astronómico a base de dinero público. La cifra del coste neto del rescate para el conjunto de los países del G-20 facilitada por el Ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, es 905.000 millones de dólares. Sumado al monto de los paquetes de estímulo de los respectivos estados nacionales, toda esa inyección aumentó en un año la deuda pública de la eurozona en casi diez puntos, desde el 69,3% en 2008, al 78,7% del PIB en 2009. Entonces se preparó el terreno para el segundo atraco. El truco ha sido olvidar el motivo y centrarse en la consecuencia. El problema es la deuda, se dice, no el orden atracador que la ocasionó. El casino ha desaparecido. Es la deuda. ¿La solución?: un segundo robo.

El segundo atraco es el desmonte social. La deuda es resultado del excesivo gasto social, se dice. Así pues; menos seguro de paro, peor seguridad social, más privatización, más desmonte de lo público, retroceso de derechos laborales, más abuso y más desigualdad. Los ladrones del primer atraco regresan al escenario del crimen para robar más. Los bancos siguen generando beneficios, en Europa y América el año pasado. Las restructuraciones se utilizan para comprar a bajo precio otros bancos, acabar con los aspectos no lucrativos de las cajas de ahorro y continuar engordando. En las empresas todos se cuadran, ¿quién se atreve a ser gallito? Un nuevo miedo alimenta la disciplina del sí a todo y a cualquier precio. No hay línea de contención: hasta los sindicatos firman. El horizonte es un regreso al antiguo régimen absolutista, donde el patrón tenía derecho de pernada. Lo que quedaba de la dignidad del trabajador, del empleado, del profesional, se va al garete. ¡Esto es el ejército, chico!

Ha habido mucho delito en todo lo que ha ocurrido en esta crisis, pero ni un sólo proceso judicial, señal indudable de una grave degeneración del Estado de derecho, cuyo mensaje es: los criminales no pagan. Si es así,  la democracia no vale una higa, robar no es delito, la irresponsabilidad se premia. Vale todo. La arruga es bella. Esta impunidad pasará factura, no lo duden.

En toda Europa cobran un nuevo vigor ideologías y actitudes de desprecio del débil y de ridiculización de la solidaridad, la ética y el espíritu recto (“buenismo”), que están directamente emparentadas con las que convirtieron Europa en una cloaca sangrienta hace ochenta años.
En la Unión Europea hay que coordinarse económicamente, es cierto, pero el asunto se utiliza para imponer más austeridad y recorte en nombre de la “competitividad”. El planteamiento está manifiestamente errado, y en especial para los países más débiles de la zona euro a los que la receta asfixia aun más. Y eh aquí que toda una legión de tecnócratas y servidores mediáticos repiten como loritos lo de “hacer los deberes”, “no somos competitivos” porque tenemos demasiados derechos, somos “poco flexibles”, trabajamos poco y nos jubilamos demasiado pronto teniendo en cuenta la “evolución demográfica”… La crisis no es sólo un asunto de bancos, es del sistema, todo él, incluido su aparato de propaganda, disciplinado y mendaz. Alemania, el país que está liderando esta vía a ninguna parte en la Unión Europea es presentada como modelo de virtud y razón por toda esa legión. “Ello crecen porque hicieron los deberes antes”, dicen, sin entender nada. Los propios políticos, presionados por una apisonadora que les priva de toda soberanía, aplauden una política directamente adversa al “interés nacional” de país. Estupidez y masoquismo.

Es el atraco perfecto: con el aplauso de gran parte de las víctimas, mientras otra gran parte duerme el dulce sueño de la telebasura que le brinda el entretenimiento. Hasta los que son conscientes de la situación, se niegan a tomar la palabra. Cuando la necesidad de un enérgico y general rechazo se está haciendo imperativa, ni siquiera tenemos una Plaza Tahrir.

Rafael Poch es el corresponsal en Berlín del diario barcelonés La Vanguardia.

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