No es difícil
plantear una serie de ideas sobre las políticas públicas. Es un tema con
la doble característica de estar de moda y, a la vez, tener una larga recorrida
en el mundo de los especialistas y en el ámbito académico.
Esa misma
situación es la que invita a poner como problema no tanto las definiciones que
se puedan dar de la cuestión, o los desarrollos o matrices que se puedan
desplegar para explicarla, sino, sobre todo, los marcos de interpretación en
los cuales circula o puede circular el tema hoy en día. Marcos
interpretativos que, lejos de ser inofensivos, marcan el contenido y determinan las consecuencias
del uso de la noción. Corrientes de pensamiento que, de diferentes maneras, y
con distinto grado de evidencia, en la mayoría de los casos tienen el efecto de
despolitizar ampliamente el problema convocado y, de paso, ponerlo en lo
público como una cuestión, apenas, de especialistas.
Por eso mismo,
para abordar la cuestión de las políticas publicas, tan recurrente en este
último tiempo en todo tipo de convocatoria o reflexión, vale la pena acercarse
a ella desde la manera en que nos fuimos, justamente, encontrando con sus
contenidos. Con la esperanza de que ese recorrido –que
es un recorrido de interacción con actores concretos, con sujetos, y con los
sectores populares en particular– nos sirva de guía para anclar el contenido
político y público que queremos darle a “políticas públicas”.
Es una gran
oportunidad que el tema esté en el centro de la agenda: que se hable de él en
las organizaciones, en los medios, en las convocatorias militantes, en la
dinámica cotidiana incluso. Pero también es un desafío “zafar” de la
posibilidad de que se convierta en un término de moda que, como toda moda,
viene a tapar un vacío de contenidos o a evadir los temas realmente
importantes.
1. Un recorrido al encuentro de la noción y la tarea
de las “políticas públicas”
A finales de los
’90, desde nuestros espacios de formación de organización y dirigentes, empezamos a responder a lo que pensábamos era
una necesidad y una exigencia: acompañar, de la mejor manera posible, el
reencuentro de hombres y mujeres de organizaciones, comunidades, grupos,
movimientos de distintos espacios, con la dimensión política de sus vidas y de
su compromiso. De sus vidas fuertemente amenazadas por las consecuencias de un
largo ciclo de políticas de ajuste neoliberales y de una democracia recuperada
pero siempre limitada por el mercado. Y un compromiso resistente,
ejemplar, indispensable muchas veces para, ni mas ni menos, sobrevivir.
Compromiso en espacios como las organizaciones, en situaciones de
sobrevivencia, en situaciones contradictorias. Compromiso en escenarios,
casi siempre, dibujados por otros. Y, en no poca medida, por políticas
focalizadas que proponían, para los pobres y excluidos, una “ciudadanía menor”,
una “participación” no tanto como derecho sino como precio para sobrevivir
apenas y un compromiso al que permanentemente se le cercenaba o negaba su
carácter político.
Al reencuentro
de esta ultima dimensión, caminamos en espacios muy heterogéneos. Hemos tratado
de hacerlo desde una fuerte y delicada escucha, porque creemos que es importante
ser capaces de ponerse en los zapatos del otro para ver cómo construir sentidos
comunes, colectivamente. Conocimientos colectivos sobre lo que nos iba pasando,
justamente, en términos colectivos.
Y en esto
tenemos una hipótesis, un criterio al acompañar procesos de formación política,
que se puede resumir así: no basta decir la palabra política cada tres
frases para estar hablando políticamente.
Es más: quizás es lo más fácil para despolitizar un proceso, es decir,
mencionar la palabra “política” una y otra vez. Entonces, se termina dando a
las conversaciones, las situaciones, un barniz pseudo-politizado o ideológico: suena a política, pero no resulta política. O sea: no se le hinca
el diente a lo que, realmente, sería la politicidad, el nervio, la carne
política –podemos decir– de lo que tenemos que
conversar. Vale decir, entre paréntesis,
que esto pasa de manera paradójica entre los militantes: las conversaciones
políticas tienen abundante jerga política, pero en muchos casos poca carne.
Y, paradoja sobre paradoja, muchas veces esto sucede de manera simétrica –y,
atención, complementaria y peligrosamente funcional– a
lo que sucede en los medios masivos de comunicación: mucha mención a la
política; consecuencias despolitizadas. Y vale tener a la vista esta
tensión entre los modos de hablar de la política, para ubicar las tensiones en
medio de las cuales nosotros, hoy, en diferentes espacios de construcción
social, nos reencontramos con esta noción de políticas públicas.
Y aquí esta
segunda advertencia: muchas veces se habla de políticas públicas justamente
como estrategia para hablar de política. Técnicos,
periodistas, incluso a veces funcionarios o dirigentes, resulta que a
veces no quieren hablar de política
porque les resulta fea, contradictoria, corrupta. Entonces nos encontramos con
esta formula más elegante, más prolija, más transparente, que son las
“políticas públicas”.
Y no es casual
que es posible rastrear en muchas instituciones, y en organismos que tienen la
fórmula “políticas públicas”, sobre todo los provenientes de los años ’90 –que en muchos casos gozan desgraciadamente de buena salud– un núcleo relacionado con la tecnocracia y las fundaciones de
matriz neoliberal. Se espera que hablando de políticas públicas, se hable de
cosas y acciones serias, explicitas, técnicas, precisas, puras, transparentes y
finalmente “desinteresadas”.
Es un doble
procedimiento: hablar de políticas publicas extirpándole la conflictividad de
lo político; y gestarlas, al mismo tiempo, extirpándoles todo lo “sucio” y
complejo de lo público: lejos de los sectores populares, lejos del estado
“ineficiente”. Y cerca de gabinetes impecables y técnicos imparciales.
Por eso, una
tarea inicial es sacar la fórmula, la noción y la realidad que mencionan de las
garras de los significados inofensivos, extraerla del cerco de los
significados que son pasteurizadores de la conflictividad. Devolverlo a la
textura real y contradictoria de la política y a la fractura y las
confrontaciones de lo público. Hay que sacarla de su forma tecnocrática. Y
de su forma privatizada.
Pero, además de
sacarla de esos lugares, hay que ser capaces de ponerla, de reubicarla en algún lugar. Porque, finalmente, aquello
que nombra y convoca es algo que nos importa y mucho. No más ni menos que la
toma de posición y la secuencia de acciones y decisiones por las cuales el
estado responde y propone frente a las tensiones, necesidades, demandas y
conflictos que atraviesan a los actores de una sociedad.
[1] El
presente texto es la ampliación y desarrollo de una intervención
realizada en un encuentro de formación política para jóvenes en el marco
del ciclo Memoria, Derechos Humanos y Prácticas Políticas llevado
adelante por el Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos
Humanos La Perla (Córdoba), el Centro Nueva Tierra y la iniciativa
Cátedras Populares del Ministerio de Desarrollo de la Nación.
* Centro Mapas pedagogía/política www .mapas.org.ar nestorborri@ gmail.com