Peter Wilby. The Guardian, 31 de diciembre de 2010
La fortuna personal de Francis Maude, ministro del gabinete
liberal-conservador británico [1]
que acaba de publicar un libro verde en torno al "dar" con la
esperanza de "suscitar un cambio cultural" en nuestras
actitudes respecto a las actividades benéficas, se estima en tres millones de
libras esterlinas. Sin duda fue por esa razón por lo que, para mantener su
nivel a la hora de "dar", y al haber puesto en alquiler una casa en
el centro de Londres de la que ya era propietario, se compró un apartamento
cerca y puso 35.000 libras de los intereses de la hipoteca en su cuenta de
gastos. También sin duda se detuvo a servir sopa a gente sin hogar de camino a
las reuniones de la junta de Prestbury Holdings, una empresa de servicios
financieros que obtuvo espléndidos beneficios de las hipotecas sub-prime y
pagó a Maude más de 3.000 euros cada vez que hacía su aparición en
una reunión. Pero, hay que admitir que nos faltan detalles. Preguntado
este verano en Radio 4 por los detalles de su labor benéfica, contestó que
se trataba "de una pregunta muy improcedente". Tal vez él y sus 22
colegas ministros millonarios presentes en el gabinete consideran la
construcción de la "gran sociedad" como una aportación
suficientemente benéfica por sí misma.
Ese es el problema de la beneficencia: que no se dirige enteramente a lo
que podrían considerarse buenas causas. En relación a su PIB, son los EE. UU.
quienes más dan: un 1.7% frente al 0.7% de Gran Bretaña. Pero las
donaciones a organizaciones religiosas contabilizan un 60% de la
diferencia, y aunque algunos de esos fondos llega a los pobres, una gran
cantidad se destina a subvencionar predicadores e instalaciones
eclesiásticas. Entre otros beneficiarios "benéficos" se cuentan
las universidades a las que en su juventud asistieron los norteamericanos, que
de este modo son inducidas a mirar con ojos bondadosos a los vástagos de sus
antiguos alumnos cuando solicitan su ingreso. Pero también nosotros tenemos
nuestras flaquezas, tales como Eton [el más célebre de los internados
privados británicos], que como es bien sabido se cuenta entre las
organizaciones benéficas.
En Norteamérica, la donación benéfica es casi una suerte de demostración
sexual. Demuestra que eres fuerte, poderoso, que tienes éxito y haces porque la
gente lo sepa, preferiblemente gracias a bibliotecas o teatros a los que
les ponen tu nombre. Los británicos prefieren no hacer alarde de su
riqueza y con frecuencia hacen donaciones de forma anónima. La idea más
llamativa del libro verde – dar dinero cada vez que utilizamos un cajero
automático – no le sacará mucho dinero a Maude y sus colegas, dado que,
por mi experiencia reconozco que limitada, los millonarios nunca se molestan
en llevar encima efectivo y, de todas maneras, no sabrían cómo manejar un
cajero automático. Pero se ajusta al carácter británico, permitiéndonos
donar a la vez que tecleamos nuestro número secreto mientras no hay
nadie mirando.
Maude, sin embargo, preferiría que nuestra forma de dar se
hiciera "más visible", de modo que nos volviéramos más
competitivos en nuestras obras de beneficencia. La idea de la gran sociedad es
que las actividades benéficas llenen los huecos que dejan los grandes recortes
presupuestarios. Pero las organizaciones benéficas reciben del gobierno casi un
tercio de sus ingresos anuales de 35 millones de libras. A no ser que los
ciudadanos corrientes tomen cartas en el asunto, la gran sociedad nacerá
muerta.
Por desgracia, las organizaciones benéficas privadas no siempre tienen las
mismas prioridades que la política pública. En el Reino Unido, las causas más
populares son la infancia, los animales, el cáncer y los botes salvavidas. Y
entre las que se centran fuera del país, las dedicadas a paliar el
hambre, las enfermedades o los efectos de catástrofes naturales, tienden a
desempeñarse bien, gracias al respaldo de los famosos y a los conciertos
destinados a recaudar fondos. Las enfermedades mentales y la discapacidad,
los ex-presidiarios y quienes que abandonan la escuela sin ninguna titulación
tienen menos posibilidades de suscitar nuestra compasión. Nuevamente,
el voluntariado tiende a ser más frecuente en aquellos sectores que menos
lo necesitan. Y no ayuda que lo que suele contarnos la coalición es que
quien recibe prestaciones sociales probablemente vive en un apartamento
de Mayfair [barrio pudiente de Londres] y cualquiera que pretenda pasar
por discapacitado lo más probable es que esté fingiendo.
La razón de los estados del Bienestar creados a partir de 1945 consistía en
liberar a los necesitados de la dependencia de la generosidad privada, que
tiende a perder de vista al marginado social y a estar menos disponible cuando
los tiempos son más duros. La providencia social daba una sensación de
seguridad y dignidad de la que nunca habían disfrutado los menos afortunados.
Fue particularmente importante para aquellas sociedades continentales que
habían sufrido la experiencia de ver cómo la inseguridad engendraba el
fascismo. Quienes dedican voluntariamente su tiempo a hospitales o centros
para personas sin hogar o domicilian en su cuenta una cantidad fija
para perros guía e investigación contra el cáncer resultan
admirables, pero no más ni menos admirables que quienes pagan impuestos
sin quejarse vociferando. Tampoco es más admirable una sociedad con
una "cultura del dar" de lo que lo es aquella en la que los
trabajadores tienen sueldos con los que poder vivir, pensiones decentes y una
razonable protección del puesto de trabajo, donde los ejecutivos saben
moderar sus remuneraciones y en las que todo el mundo recibe un sostén
suficiente para poder cuidar de sus achacosos abuelitos.
Las clasificaciones internacionales – que, según insiste el libro
verde, prueban que "podríamos hacer mucho más" – muestran
que los países escandinavos, sobre todo Suecia, tienen niveles relativamente
bajos de lo que es "entregar tiempo" para trabajo voluntario. ¿Pone
esto de manifiesto que los países escandinavos son holgazanes, egocéntricos e
indiferentes? No, significa tan solo que el sostén social lo proporciona más
que de sobra el Estado, gracias a los ingresos provenientes de una elevada
fiscalidad y a las aportaciones a la seguridad social. Los ministros
[liberal-conservadores] dan a entender que hay una especie de déficit moral en
esa disposición y sugieren que un alto grado de voluntariado es bueno para
el carácter nacional. Pero si preguntáis a los pobres qué es lo que
prefieren, dudo yo que vacilen a la hora de elegir el modelo escandinavo.
Que Maude, David Cameron y sus colegas millonarios sigan
adelante con su gran sociedad, alentando a los individuos a realizar buenas
obras. Pero no les dejemos imaginar que eso puede reemplazar a una sociedad lo
bastante grande como para aceptar la responsabilidad colectiva del bienestar
social de todos sus ciudadanos.
Nota del t. [1] Francis Maude es diputado conservador por Horsham
desde 1995 y actual Ministro para la Oficina del Gabinete y Pagador General.
Peter Wilby, periodista
especializado en asuntos de educación, fue director del diario Independent on Sunday y del semanario New Statesman.
Traducción para
www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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