Cada fin de semana, tres ferias del consumo familiar funcionan a todo
gas en Barquisimeto, la capital del Estado venezolano de Lara. En
ellas, más de 55.000 familias pueden llegar a comprar semanalmente más
de 400 toneladas de alimentos hortofrutícolas y pecuarios de producción
artesanal, a un precio por debajo del que hay en el mercado. Detrás de
estas transacciones no hay ninguna gran empresa sino una red comunitaria
de producción y distribución de alimentos que abarca cinco Estados de
Venezuela y que comenzó a articularse en los años ‘80.
Los
alimentos que producen asociaciones y cooperativas agrícolas de diversos
caseríos comienzan a llegar los viernes a la feria, donde son vendidos
por otros socios trabajadores de la Central Cooperativa de Servicios
Sociales Lara (Cecosesola). Éste organismo de integración cooperativa
que funciona como ‘cerebro colectivo’ está constituido por unas 80
organizaciones comunitarias (de trabajo agrícola, pero también de salud,
financiero y funerario) y más de mil trabajadores asociados de los
sectores populares.
Planificación colectiva
El secreto de la feria de
Barquisimeto está en la planificación colectiva de la siembra y de los
precios, que confiere estabilidad y condiciones dignas de trabajo a las
personas productoras y vendedoras. “El vínculo con la feria no es el
mismo que en un mercado, hay una cercanía entre productor y consumidor
de la que ambos salen favorecidos”, explica Omar, uno de los 23 socios
trabajadores de la finca Las Lajitas en el caserío de Montecarmelo
(Sanare), que cultiva hortalizas y produce lácteos que se venden en la
Feria. Las Lajitas se reúne trimestralmente con otras unidades de
producción agrícola de Cecosesola para asignar las cuotas de producción y
el tipo de cultivos que van a sembrar, y se tiene en cuenta la
capacidad de plantación de cada grupo y la fertilidad del suelo de cada
zona. Esta planificación de la siembra elimina la competencia entre los
productores y favorece una producción en equilibro con el entorno.
En
esas reuniones trimestrales también se fija colectivamente el precio de
venta de los productos en la feria. “Antes había toda una red de
distribuidores que te controlaban el precio y muchas veces casi que
regalabas el producto; casi era preferible tirarlo a la carretera”,
relata Gaudi, una de las fundadoras de la Cooperativa de mujeres Mocar,
que elabora salsa de tomate y mermeladas, entre otros productos
procesados, dándole un valor agregado a los productos agrícolas que
quedan fuera del mercado.
“Fijamos los precios nosotros mismos
con los distribuidores de la feria, tenemos en cuenta los costes de
producción (los salarios, el transporte, la compra de semillas e
insumos, etc.) y también los precios del mercado, y fijamos un precio
único de venta para todos los campesinos”, especifica Omar. Si vas a
comprar a la Feria de Consumo Familiar puedes meter en un saco patatas,
cebollas o apio orgánico, luego lo pesas y pagas todos los kilos al
mismo precio en caja. Esta igualdad en los precios podría parecer
injusta para los grupos que apuestan por la agricultura ecológica y cuya
producción puede ser más lenta y no tan abundante como la industrial
pero es más sana para la salud y el medioambiente. Es el caso de Las
Lajitas, que desde mediados de los ‘80 obtiene abono orgánico a través
de la lombricultura y produce purines (insecticidas a base de plantas)
en lugar de usar pesticidas tóxicos.
Apuesta agroecológica
La
feria paga el coste real de la producción orgánica a los y las
campesinas (que suele ser mayor que el precio de venta) y coloca estos
productos agroecológicos en puestos aparte, debidamente etiquetados para
valorizarlos. El consumidor no paga un precio más alto por ellos porque
la feria asume el sobrecoste, pero sabe que son más sanos; uno de los
ideólogos de la Escuela de Cooperativismo de Cecosesola opina que, de
esta forma, la agroecología tendrá cada vez más peso en las Ferias,
aunque por ahora será minoritaria. La ley que rige este complejo mercado
no es la oferta y la demanda sino el compromiso mutuo y la solidaridad
entre productores y vendedores. Cada grupo productivo tiene una cuota
asignada para cubrir así la capacidad de abastecimiento de la feria. A
su vez, la feria responde solidariamente cuando hay mala cosecha.
Para
cubrir pérdidas, accidentes y bajas laborales existen mecanismos de
solidaridad como la fijación de potes o las rifas, una tradición
heredada de las comunidades rurales que se ha reglamentado en
Cecosesola. “No somos un supermercado sino la comunidad sirviéndose a sí
misma. La gente (productores, distribuidores, consumidores) siente esto
como suyo, por eso lo protege”. El sentido de pertenencia es otra de
las claves para entender cómo este proceso productivo popular sigue a
flote, a diferencia de muchas de cooperativas que nacieron al calor de
las grandes facilidades brindadas por el gobierno bolivariano desde
2002.
En Cecosesola hoy no existen ni juntas directivas ni ningún
cargo jerárquico. Todos los socios trabajadores pueden participar en la
toma de decisiones en las diversas reuniones que se celebran
semanalmente. “Al principio la gente se aprovechaba del ambiente de
confianza porque en este país hay una cultura muy facilista, una ‘viveza
criolla’”, admite el representante de la Escuela cooperativa, “pero con
el tiempo hemos ido entendiendo la organización como un proceso
integrador que va emergiendo cuando vamos compartiendo
responsabilidades, cuando no hay un sentido de propiedad sino de
identidad”.
Cierto es, también, que muchas de estas
organizaciones estaban politizadas antes de Chávez y de entrar en la
Feria, y el proceso bolivariano las ha potenciado.
Inyección comunitaria
Los
excedentes no se acumulan ni se reparten en Cecosesola, se invierten en
servicios comunitarios. Esta miscelánea de cooperativas dispone hoy de
seis centros de salud comunitarios y acaba de abrir un hospital
comunitario. Todas sus actividades se autofinancian, lo que no excluye
que las cooperativas y asociaciones que la conforman se nutran de las
ayudas y servicios que ofrece el gobierno bolivariano en vivienda, salud
y capacitación (sobre todo en agricultura ecológica).
LOS PASOS DE LA CENTRAL COOPERATIVA DE SERVICIOS SOCIALES DE LARA
A PARTIR DE 1974
Hasta
1974 Cecoseola había sido un movimiento de carácter empresarial. Ese
año, una corriente de jóvenes cercanos a la izquierda cristina,
enamorados del proceso de Allende en Chile, plantea una organización
comprometida con la lucha popular. Se descentralizan actividades en
departamentos, cada uno con sus asambleas y cargos directivos y se
reglamenta el derecho de los trabajadores a nombrar delegados con voz y
voto.
1976
Se asume la mayor parte del servicio
de autobuses de Barquesimeto con 127 autobuses y 300 personas en
plantilla. Por primera vez Cecosesola presta servicio a una comunidad
sin privilegiar a sus miembros.
1980
Cecosesola
exige subsidios al servicio de transporte cooperativo para bloquear la
subida empresarial. El Gobierno les acusa de extremistas de izquierdas y
se produce una escisión.
1984
Le quitan los
asientos a un autobús, lo llenan de verduras y salen a venderlas a los
barrios de Barquisimeto. Comienzan las Ferias de Consumo Familiar
rodadas, que poco a poco irán incorporando a la mayoría de los
trabajadores del servicio de transportes de Cecosesola.
2002
Fase
continua de transformación y formación. Con la ley especial de
asociaciones cooperativas (2001), se eliminan cargos directivos en los
estatutos. Los comités de disciplina dan paso a la gestión cooperativa.