Bourdieu y el poder de la violencia simbólica

La verdad derrotada es convertida en una no-verdad, es decir, que se la envía al exilio de los simbólico donde ya no significa, ya ni siquiera es mentira, pero no desaparece. El poder simbólico se ejerce cuando no se ven a primera vista las relaciones de fuerza. Es decir, cuando ha mandado al exilio otras maneras de ejercer el poder y es ejercido en todos los lugares del cuerpo social, permitiendo que los poderosos mantengan ese poder y los dominados no aspiren a obtenerlo.
Andrés Schuschny en Humanismo y conectividad


Releyendo lo que subrrayé en ocasión de leer el texto de Pierre Bourdieu (1930-2002), Intelectuales, política y poder, de la Editorial Eudeba encuentro mucho material que resulta sumamente interesante compartir con todos uds. El reflexionar sobre la naturaleza y esencia del poder me apasiona y Bourdieu es un exponente magistral que pone al descubierto la trama de relaciones que se ocultan alrededor del concepto.

Para Bourdieu, el poder es presencia ineludible y da lugar a una violencia simbólica que oculta las relaciones de fuerza verdaderas. Según afirma: “Todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que logra imponer significados e imponerlos como legítimos disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza”.

Estas relaciones de fuerza que se ocultan al instaurar un poder de violencia simbólica, al imponer unos significados legítimos ilegitimando a otros no convenientes, contrarios, fortalecen el ejercicio del poder al ocultar la procedencia del poder. El poder simbólico busca pasar de relaciones arbitrarias, de clara dominación a relaciones legítimas, inculcando cierta cosmovisión arbitraria. Se trata de un proceso de conversión en aras de “suavizar” la dominación.

Del derroche de fuerza, de la violencia física, se pasa a la búsqueda, donde las fortalezas se encuentran en las capacidades de los dominadores de “hacer creer” a los dominados que ellos tienen una autoridad legítima. De manera tal que el poder se oculta detrás o, mejor dicho, por todos lados mediante la creación de autoridad. Así, la fuerza del poder se multiplica exponencialmente cuando su presencia está ausente.

La “reproducción” de la violencia simbólica se da cuando la dirección de los contenidos sociales excluyen a otros, estigmatizándolos como contrarios al orden y ocultan “la verdad objetiva” sobre cómo se erigieron como legítimos.

Las tecnologías simbólicas se van orientando más hacia una suerte de economías del poder que aseguran la disminución del gasto demostrativo del poder, como son los signos de riqueza. Así, el poder deja de estar en la operación, pero siempre hace sentir sus efectos.

Para Bourdieu, la institucionalización es una economización del ejercicio del poder. Observa en la institucionalización algo parecido a las tecnologías disciplinarias y panópticas de Foucault, ya que el valor social se disloca, la autoridad se transporta hacia otro lugar que no es “uno” sino “algo”: la institución. La institucionalización prescinde de la muestra del poder y su parafernalia. Se instituye un cuerpo de normas, se institucionaliza una creencia.

Cualquier sociedad está constituida por una trama interminable de relaciones de fuerza que se auto-ocultan en el poder simbólico. Según afirma: Creer la mentira no es precisamente un acto de inocente credulidad. Creer la mentira es, de hecho, crear la verdad. Según Bourdieu, el poder simbólico es un juego de verdad y no-verdad. Lo falso está dentro del circuito de la verdad. La no-verdad, simplemente, está excluida, exiliada en otro mundo simbólico, alternativo. No son “falsos caminos”, sino mundos simbólicos exiliados, y los juegos falso-verdadero nada tienen que ver con el juego hegemónico de la verdad “verdadera”. Así pues, creerse la mentira es crear la verdad y ejercitarla como poder simbólico que circula como un fluido que teje el lazo social.

La verdad derrotada es convertida en una no-verdad, es decir, que se la envía al exilio de los simbólico donde ya no significa, ya ni siquiera es mentira, pero no desaparece. El poder simbólico se ejerce cuando no se ven a primera vista las relaciones de fuerza. Es decir, cuando ha mandado al exilio otras maneras de ejercer el poder y es ejercido en todos los lugares del cuerpo social, permitiendo que los poderosos mantengan ese poder y los dominados no aspiren a obtenerlo.

La educación es un proceso a través del cual se realiza la reproducción de la arbitrariedad cultural mediante la producción de lo que Bourdieu llama habitus, transmitiendo la formación como información. El habitus es un principio generador y un sistema clasificador de niveles sociales. Son las disposiciones que con el tiempo de vivir en una sociedad vamos adquiriendo, nuestra manera de actuar. Funciona en la mayoría de manera inconsciente en nosotros. El habitus es la generación de prácticas que están limitadas por las condiciones sociales que las soporta. Es el punto en el que convergen la sociedad y el individuo, pues es una ola, que por un lado nos dice la manera a ser, o es la manera en la que uno ya ha asimilado, tal vez de manera inconsciente- sus patrones y la voluntad de uno propio y de querer, o no, modificar ese habitus. No es un simple estilo de vida que se deriva de pertenecer a una clase sino que implica la totalidad de nuestros actos y pensamientos, pues es la base con la cual tomamos determinadas decisiones.

Las diferentes acciones pedagógicas que se ejercen en los diferentes grupos o clases colaboran objetiva e indirectamente a la dominación de las clases dominantes a través de la generación y reproducción del habitus haciendo que las acciones pedagógicas actúan como instrumentos de encubrimiento y, por eso, de legitimación. Los derrotados lo son en tanto asumen el circuito de la verdad y desde ahí descubren la mentira, pero no pueden configurar una no-verdad que se oponga a los arbitrarios culturales. Tal vez haya llegado el momento de configurar otras nuevas realidades que se opongan a esos circuitos culturales. Creo que por alí va la cosa…

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