Santiago Alba Rico | Público. Obituario
Muere el inventor de las encinas y los lenguados
Llamado también Yahvé, Jehová o Alá, según los países y las culturas, Dios murió ayer ahogado en un vaso de agua.
Sobrevalorado durante años como artista de gran capacidad creativa, se le atribuyó erróneamente la invención de todas las plantas y flores del mundo cuando en realidad quedó hace tiempo demostrado que sólo es autor de la encina o quercus faginea, una lograda copia del roble poblada de bellotas. Asimismo, hasta el año 1859 fue considerado el inventor de toda la fauna del planeta, aérea, marina y terrestre; en esa fecha, hace ya más de cien años, la ciencia estableció sin reservas que únicamente había participado en la creación del lenguado, el solea vulgaris, un animal marino completamente plano que vive aplastado contra la arena y cuya forma es muy poco respetuosa con el modelo original de “pez”. Todo el resto de las criaturas -el mar y las estrellas, las montañas, las mariposas, el maíz, las selvas y los hipopótamos- son grandes inventos populares cuya autoría colectiva y anónima se manifiesta en la exactitud caprichosa de su factura (piénsese, por ejemplo, en la trompa del elefante o en el pistilo de las orquídeas).
Otras fuentes le atribuyen también la invención de las plagas, la lluvia de fuego, la sequía, el auto de fe, el cilicio y la lapidación. Parece confirmado, sin embargo, que siempre estuvo demasiado ocupado con las encinas y los lenguados -en los que trabajó muy despacio durante siglos- para imitar a los hombres o a la naturaleza. Desde que acabó sus dos obras maestras, aseguran sus biógrafos, se dedicó sencillamente a bañarse de noche en los vasos de agua de las mesillas de los ancianos.
Tras la muerte de Dios, se ha abierto un proceso judicial por la propiedad de las encinas y los lenguados. El Vaticano, Monsanto y Pescanova se reclaman sus herederos legítimos.