Hagamos la revolución

Hace unos meses trabajar con jóvenes escribía un artículo en su blog unas reflexiones desesperadas sobre las políticas de juventud y sus profesionales. Le contesté que tenemos que venir llorados de casa y le pedía un post un poco más en positivo, que nos levantase el ánimo... 

"Es lacayuno pinchar con alfileres lo que habría que atacar a mazazos"

Un día después, dos tazas, que nos proponía... nada menos que hacer la revolución cada día, en cada momento.


Así lo haremos. Así lo hacemos. Gracias.


Valorando los últimos post escritos y el pesimismo que los envuelve, he decidido cambiar de vientos y postular por una revolución. Una revolución  en temas sociales en general y de juventud en particular. ¿Cómo hacerlo? Aquí  van algunas pistas.

Dejemos todos nuestros despachos y dediquémos una gran parte de nuestro tiempo a estar con la gente con la que trabajamos. Escuchémos a ver si, efectivamente, tienen algo que decir.

Neguémonos a realizar actividades que no valen para nada por mucho que  lo digan nuestros concejales o directores generales. Hagamos un informe al Alcalde, Consejero o Ministro diciéndole por qué, por razones técnicas, no es aconsejable realizar esa tontería que prorroga un sistema de pan y circo.

Cuando seas Jefe económico de un servicio niégate a firmar un informe de gasto que nada tiene que ver con la actuación de tu departamento y sí con un acto del partido en el poder.

Asociaciones de profesionales de juventud, profesionales a título individual, profesores universitarios de temas sociales, consejos de juventud (los que queden), asociaciones y ONG´S que les interese algo más que la subvención del año siguiente y todo aquel que tenga algo que decir que se una a través de las redes sociales y monten un gran foro para debatir y plantear una nueva estructura y competencias para los departamentos de la Administración en materia social, incluida juventud, claro.

Que esos mismos, basados en el conocimiento que tienen de haber estado acompañando y escuchado a jóvenes durante mucho tiempo, que propongan un nuevo sistema de participación social en donde el movimiento juvenil tenga especial importancia y se arbitre un proceso para que los jóvenes interesados puedan y sepan participar, a la vez que introducir sus propias propuestas en esa nueva norma.

Si nuestro  compañero de trabajo es más gandul que San Teodoro hay que explicárselo para que se enmiende. Si no lo hace, que se busque la vida. Aquí lo importante son los beneficiarios de nuestras acciones, los ciudadanos, y si alguien engaña: a la puta calle.  El corporativismo expulsado de nuestra forma de vida. Y sindicatos, por favor, defiendan a trabajadores ninguneados no a sinvergüenzas redomados. Empresarios, echen a los defraudadores de sus cúpulas de dirección y denúncienlos.

Si no nos gusta cómo funcionan los partidos políticos, sindicatos y asociaciones tenemos una alternativa. Vayamos a ellos y démonos de alta como socios o afiliados de número (OJO: de número, no colaboradores) y planteemos una vuelta de tuerca a todas sus decisiones desde dentro, saquemos los colores a los tuercebotas que hay por ahí y hagamos lo posible para que dejen de medrar. Si no nos dejan entrar como miembros de pleno derecho para elegir y ser elegidos, denunciémoslo. No más chiringuitos que vivan a costa nuestra. Y si no nos gusta lo que hay, creemos nuestra propia fórmula.

Tratemos a los jóvenes como personas y ciudadanos y no como especies en vías de extinción. Cuando haya que pedirles responsabilidades se les pide y si han hecho algo, que lo paguen. El voto, a los 16 años. Si la ley le permite casarse y tener descendencia a esa edad es que los considera adultos, lo demás son gilipolleces.

Hay en este país experiencias ciudadanas y propuestas de profesionales y departamentos que son de lujo. Los que estamos interesados en ellas las sabemos todas y las incorporamos de una u otra manera a nuestro trabajo pero nunca de forma estructural. Exijamos que las buenas prácticas sean difundidas a través de los canales oficiales de comunicación y mass media. Inundemos las redacciones con esos proyectos que funcionan a pequeña escala y que el gran público desconoce.

Maestros, docentes, profesores, formadores en general: lleguemos hoy a clase y demos un vuelco a todo. Da tus contenidos como te pidan pero destroza la estructura de la clase y haz que todos se miren las caras. Si, como es práctica habitual en este país, te encuentras las sillas y mesas atornilladas al suelo, saca a tus alumnos al aire libre y a otras dependencias donde la comunicación humana y el conocimiento compartido le ganen la partida al aburrimiento. Y si quien no está preparado eres tú, ponte las pilas.

Empecemos a dar cabida en nuestros reglamentos de participación ciudadana a nuevos procesos de participación social. Gente que quiere reunirse para hacer algo concreto y que no va a durar en el tiempo. Hemos de darle la cobertura municipal que le niega la nefasta ley de asociaciones de 2002. A la vez, reclamemos de una vez y en serio una normativa sobre participación social donde lo más importante son los ciudadanos y no un mercadeo de servicios.

Si nuestros políticos se empeñan en hacer certámenes culturales para nuestra localidad convenzámoslos para que otras localidades cercanas también participen. Hagamos lo posible por hacer proyectos comunes con otras ciudades y pueblos y que la gente intercambie conocimientos y experiencias con otras personas. Lo más lógico y fácil del mundo y parece que en cada pueblo levantamos un muro con respecto al de fuera.

Hagamos de las redes sociales un espacio de cercanía, de conexión. Celebremos encuentros periódicos a través de la red en donde cada mes un número determinado de municipios son los encargados de preparar un tema de interés para todos y para debatir nuevas formas de hacer las cosas.

Que los servicios sociales, tan importantes con la gente que ha tenido menos oportunidades (sin plantearnos aquí los porqués),  puedan mejorar sus condiciones de vida sin que esto suponga el mantenimiento de un sistema clientelar y basado en la caridad cristiana. El sistema es simple: tú lo necesitas  yo te ayudo y pongo las bases para que me dejes de necesitar en el plazo más breve posible.

No nos convirtamos en esclavos de la burocracia ni de la confección de evaluaciones burócratas. El proceso es tan importante como el resultado. Si nos dedicamos a rellenar papeles no estaremos cumpliendo con nuestra labor. Si sabemos que las evaluaciones que hacemos sólo sirven para cerrar un expediente o hacer bulto en una librería, nos negamos a hacerlas. Sólo aquellas que sirven para seguir trabajando son válidas, las demás que las hagan los que sienten necesidad de ocupar sitio en los estantes.

Exijamos. Exijamos al político, al  técnico, al profesional, al ciudadano que se compromete en una cosa, a nosotros ante todo. Exijamos y que nos exijan.

¿Y dónde está aquí la revolución?

Pues fíjate si soy condescendiente que con esto y poco más tendría más que suficiente.


¿Y esto es el post positivo? Pues no sé ni siquiera si es sentido común o ciencia ficción, ya me confundo. Sólo sé que aquí los protagonistas seríamos nosotros ¿Que hay que ser valientes? Toma, pues claro ¿no querías revolución? Dos tazas llenas.

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