"Nuestros nietos pagarán la factura de nuestra orgía consumista"

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que comparte junto al francés Alain Touraine el Premio de Comunicación y Humanidades, criticó ayer las políticas económicas tomadas para salir del atolladero financiero

Modernidad líquida. Esa es la exitosa metáfora utilizada por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (Pozman, 1925) para describir una época marcada por la desintegración de los lazos sociales que vertebraron las sociedades occidentales durante la segunda mitad del siglo XX. Bauman, que comparte junto a su homólogo francés Alain Touraine el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, ha explicado en libros como Vida líquida (Paidós) y Miedo líquido (Paidós) cómo la globalización económica y la extensión del libre mercado ha afectado tanto a las relaciones laborales como a las sentimentales. La precariedad y la incertidumbre lo envuelven todo. Una situación de crisis social previa a la crisis financiera que estalló hace ahora tres años. 

¿Tiene futuro el tradicional modelo de bienestar europeo en el actual mundo globalizado?
No me gusta hablar de Estado del bienestar. Es un término confuso que tiene que ver solamente con la redistribución de la riqueza. Yo lo llamaría un Estado social que tiene dos privilegios: el deber de garantizar que todos los ciudadanos tienen la posibilidad de protegerse ante la desgracia. Y que la calidad de la sociedad no se mide por una fuerza media, sino por una debilidad media, es decir, la media de los débiles. Esta idea surgió a partir de los gloriosos años treinta del pasado siglo y está implantada en el concepto de Estado-nación. Pero ahora estamos en la era de la globalización. Y se duda de que el Estado social sea sostenible, al menos en una nación independiente. La única forma de preservar lo social es trasladarlo a la escala global.

¿Es posible llevar a cabo esta transformación?
"Repetimos los mismos errores que nos llevaron a la crisis"
Los problemas del hombre van más allá del concepto de nación. Se ve claro analizando las cifras. Un 5% de la población mundial tiene el 33% de la riqueza, por lo que ningún país por muy rico que sea puede aportar una solución a este problema únicamente por sí mismo.

¿Qué lecciones se pueden extraer de la actual crisis económica?
Confieso que una de mis mayores preocupaciones es que como seres humanos seamos capaces de aprender de los acontecimientos y de los hechos pasados. Sin embargo, no parece ser el caso. Tras el colapso del crédito nos encontramos ahora mismo en medio de la crisis y no sabemos cómo vamos a evolucionar. Creo que no estamos aprendiendo nada.

¿Se repiten los mismos errores?
No hay más que ver los millones de personas sin trabajo que hay en España. Pero no está sola. En Irlanda la situación del desempleo es aún peor. Y lo mismo en Grecia. Otro ejemplo: los bancos estadounidenses e internacionales han invertido unos 825.000 millones de dólares en la compra de acciones en economías emergentes. Y eso en medio de esta situación de crisis. Y ya sabemos lo que significa esto: hace unos veinte años España, Grecia e Irlanda eran economías emergentes. El flujo actual de capitales está repitiendo la misma estrategia. El dinero sigue fluyendo hacia las economías emergentes porque existe la posibilidad de sacar beneficio rápido con relativa facilidad al existir un crecimiento muy veloz. Es decir, te metes un montón de dinero en el bolsillo y cuentas con un periodo de tiempo suficiente para disfrutarlo antes de que empiecen otra vez los problemas. Hace veinte años ya vivimos estas estrategias. Se crearon las mismas burbujas. Hoy se está repitiendo la situación con las inversiones masivas en las economías emergentes.

¿Por qué no se corrige eso de una vez?
Hace unos días, un editorial de The New York Times advertía que ya se está creando la próxima gran burbuja. Lo que ocurre es que se invierte en países lejanos con niveles bajos de vida con el objeto de sacar provecho de esos entornos. En 1994 se produjo una crisis en México y en 1997 en Asia, en particular en Malasia. En 1998 se produjo una catástrofe en Rusia, al año siguiente fue la debacle en Brasil y en 2002 Argentina entró en bancarrota. Todas estas situaciones fueron producto de otras burbujas previas. Y ahora está ocurriendo lo mismo.

¿La historia se repite?
Lo hemos visto con el colapso de crédito en Irlanda y en Grecia, que han provocado un fuga de capitales. Se crea el pánico y el dinero sale huyendo de estas economías.

¿Cómo funcionan y cuándo estallan estas burbujas?
Por un lado, tenemos un aumento del valor de la moneda local, esto provoca un crecimiento de las importaciones a la vez que se reducen las exportaciones ya que los productos son más caros de vender al mercado exterior. Por otro lado, se produce una expansión del crédito. La combinación de ambos factores lleva al suicidio. Porque combina una fuga de capitales con una búsqueda desesperada de territorios vírgenes donde repetir este modelo de burbuja. Por eso digo que no estamos aprendiendo nada de nuestro pasado, y que estamos repitiendo los mismos errores.

¿A qué achaca este fenómeno?
Repetir el mismo modelo puede deberse a la naturaleza de las instituciones económicas y financieras actuales. Aunque repetir no supone volver al punto de partida porque cada burbuja deja su sedimento y sus secuelas.

¿Cuáles son las características propiasde la actual crisis?
Un nivel histórico de endeudamiento, hasta el punto de que nuestros nietos y bisnietos tendrán que pagar las consecuencias de nuestra orgía consumista, derivada de estas últimas burbujas.

¿Detecta usted en la actualidad un alejamiento entre la sociedad y los gobernantes?
Hay que empezar por no echar la culpa de todo lo que está pasando a los pobres gobiernos. Yo me siento comprensivo con ellos. Les perdono muchas cosas a los políticos. Lo que sucede en el mundo es que se ha producido un divorcio entre el poder y la política.

¿Cuándo se produjo la separación entre los ciudadanos y los políticos?
Cuando yo era joven se creía que había una especie de matrimonio sagrado entre poder y política. Los dos convivían en una casa común que era el Estado-nación. 

¿Y qué sucedió?
El poder fue creciendo. El sociólogo Manuel Castells habla de un espacio de flujos para explicar cómo el poder se fue escapando de las manos de los gobiernos. En ese momento la política seguía siendo algo local, pero el poder se había convertido en algo que ya era global. En ese contexto la política ya no estaba a la par con el poder y la soberanía del Estado-nación se fue minando y socavando. La política ya no contaba con los recursos necesarios para hacer lo que antes hacía y prometía hacer. En respuesta a esta situación, los gobiernos se fueron despojando de las funciones que desempeñaban hasta entonces: o bien se las vendió al mercado, donde no se vieron sometidas al control del pueblo, o bien se las transfirió al individuo con carácter vitalicio.

¿Qué consecuencias tiene este nuevo modelo de hacer política?
Los individuos tenemos ahora la responsabilidad de encontrar soluciones individuales para una serie de problemas creados a escala global. Y esta es la causa del distanciamiento que hay entre lo que puede hacer el Gobierno y la percepción del individuo, que se siente completamente abandonado.

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