Contra el crimen perfecto

Jean Baudrillard escribió hace unos años un ensayo titulado El crimen perfecto (Anagrama, 1996) en el que mantenía la tesis de que en nuestra época se producía el asesinato de la realidad.
La crisis que estamos viviendo no es la única ni la más grande de la historia, ni los factores que la han desencadenado (la ingeniería financiera, la desigualdad, la plena libertad de movimientos de capital…) nos pueden resultar novedosos. Quizá sí haya sido la primera auténticamente global, pero tampoco esto es un hecho del todo nuevo en un planeta como el nuestro afectado por el cambio climático o por crisis alimentarias que tienen que ver con lo que ocurre en cada una de sus esquinas.


Pero me parece que está empezando a ser singular porque las respuestas que se les están dando no podrían llegar a ningún lado si no se estuviera produciendo al mismo tiempo el “exterminio progresivo del mundo real” del que hablaba Baudrillard.
Cada vez menos de lo que dicen y hacen los gobiernos y los grandes organismos internacionales es verdad. Han logrado convertir la crisis en una gran excusa. Haciendo creer a la ciudadanía que luchan denodadamente contra ella, toman en realidad medidas que van a provocar dentro de poco otra semejante a la que aún estamos sufriendo.
Afirman que ponen fin a la avaricia bancaria y al desorden regulatorio de las finanzas, pero no mueven ni una coma de las normas que han dejado y siguen dejando hacer a su antojo a la banca, que continúa sin utilizar los billones de recursos que se han puesto a su disposición para financiar a empresas y consumidores mientras se dedica a jugar al Monopoly sobre el tablero del mundo.
Dicen que desean relanzar la economía y favorecer la creación de empleo, pero lo que hacen es limitar el gasto y aplicar medidas de austeridad que van a volver a reducir el crecimiento. Y afirman que así debe ser para limitar el impacto negativo de los déficits y la deuda, cuando lo más probable es, como han demostrado recientemente Mark Weisbrot y Juan Montecino, del Center for Economic and Policy Research de Washington, que la nueva desaceleración que están provocando limite a medio y largo plazo las posibilidades de obtener ingresos y, por tanto, de reducirlas efectivamente.
El Gobierno español insiste en mostrarse como un adalid de las políticas de igualdad, pero acaba de presentar un proyecto de presupuestos en los que se reducen las prestaciones por maternidad, paternidad, riesgo durante el embarazo y lactancia natural y las ayudas a las familias con escasos recursos, y que incluso incumple la ley recién aprobada el año pasado que determinaba la ampliación del permiso de paternidad de las dos a cuatro semanas a partir del 1 de enero de 2011.
Hablan de que es imperioso obtener recursos para salir adelante y huir así de la amenaza de la crisis y, sin embargo, se dedican a remover el chocolate del loro que más daño hace a los trabajadores mientras pasan de soslayo por las inmensas fortunas de los poderosos o de los multimillonarios gastos militares.
Y con la reforma laboral que ha motivado la huelga general se alcanza, de momento, la cima del argumento falsario.
Ni siquiera les resulta necesario a quienes la promueven ponerse de acuerdo en los argumentos con que justificar el mayor recorte de derechos laborales de nuestra historia democrática. Sea una medida o su contraria, afirman sin rubor que es imprescindible para crear empleo, aunque a su lado el otro promotor diga que es para aumentar la productividad por lo que se adopta, o el de más allá afirme que es para reducir la temporalidad, y el de acullá sostenga que es para favorecer a los jóvenes desempleados. Y siempre, eso sí, porque sin tales medidas no podremos salir de la crisis, cuando la realidad indica que la teoría económica más solvente no es la que reduce los problemas del empleo a lo que ocurre en los mercados de trabajo, sino la que pone el acento en los mercados de bienes y servicios. Y los efectos que sin lugar a dudas va a provocar en ellos esta reforma es su nuevo y progresivo deterioro. Es decir, el empeoramiento de todo eso que dicen que van a mejorar.
No hay ni una experiencia histórica que muestre que reformas de este tipo traen consigo más bienestar, mejores salarios, empleos más numerosos y de mejor calidad, o derechos más potentes para los débiles. Todo lo contrario. Pero los gobiernos y quienes les han escrito la partitura articulan su discurso para convencer a la gente de que son estas normas las que muestran la perfecta correspondencia de los verdaderos progresistas con los nuevos tiempos. Y la derecha, mientras tanto, que hizo exactamente lo mismo al gobernar, aunque quizá con menos ditirambo, se autoproclama de seguido como el partido de los trabajadores. Puro teatro.
Los ajustes y reformas que se están llevando a cabo y las que van a venir enseguida para poner a disposición de la banca una mayor parte del ahorro que los trabajadores dedican a financiar las pensiones públicas y para proporcionar nuevas fuentes de rentabilidad privatizando servicios públicos no nos llevan al final de la crisis sino a las puertas de otra. Y las razones que se dan para poner todo esto en marcha no son argumentos, sino la forma de colocar a la ciudadanía en el “ombligo de los limbos”, al que se refirió Baudrillard.
Por esta huelga general no es sólo una prevención frente al daño de la reforma laboral, o la que viene de las pensiones, sino una imprescindible defensa frente al crimen perfecto, mucho más peligroso, que las acompaña.
*Juan Torres López es catedrático de economía aplicada de la universidad de Sevilla

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