EL JURADO (USA, 2003), de Gary Fleder

Basada en la novela homónima de John Grisham, “El Jurado” es una película que gravita sobre los valores de la ética, la justicia, los valores democráticos y la generosidad. Una empresa que se dedica a elegir y manipular jurados desde fuera y Rachel Weisz y John Cusack manipulando el grupo desde dentro.

La viuda de una víctima de una masacre demanda al fabricante del arma homicida, una importante industria armamentística. La apuesta es fuerte y el juicio será explosivo. Hay millones de dólares en la balanza y un especialista en jurados sin escrúpulos, Rankin Fitch (Gene Hackman) pretenderá por todos los medios garantizar que el jurado sea favorable a su cliente (la empresa de armas). La tensión crece hasta que se descubre que uno de sus miembros, Nick Easter (John Cusack) intenta manipularlo. Entonces las tornas cambian. ¿Qué puede ocurrir cuando todos los implicados en un caso están dispuestos a hacer cualquier cosa por ganar? La película constituye una estremecedora revelación sobre la manipulación y “compra” de un jurado, la máxima representación de la participación ciudadana en la justicia. En una conversación entre Fitch y Easter para cerrar un trato para comprar el veredicto, este último señala: “Comercio, política, deporte. ¿Qué no es corrupto? ¿Existen los jurados objetivos?”.

El personaje de moral inquebrantable, recta e incorruptible lo representa Wendall Rohner (Dustin Hoffman), un abogado sureño de consistentes principios y un sincero interés por su causa. Como en otros trabajos cinematográficos, su integridad y honradez se pondrán a prueba, sin éxito. Rohner, ante la oferta de Marlee (Rachel Weisz), la compañera del testigo infiltrado, que le plantea comprar el veredicto, le interroga de esta guisa: “¿Quién le hizo daño? ¿Quién la convirtió en lo qué es? ¿Cómo puede comportarse así?" Al final del film, el abogado Rohner decide rechazar la oferta: “Por mucho que quiera ganar este caso, y quiero ganarlo, después de 35 años de dedicarme a esto, creo que es más importante poder dormir tranquilo por las noches (…) Me arriesgaré, no le daré ni un centavo”, - concluye.

La escena más escalofriante se desarrolla entre Fitch y, por supuesto, Rohner, frente a frente en el baño de los Juzgados.
Fitch: “¿Ha basado su estrategia en la conciencia de otro?
Rohner: “La he basado en mi propia conciencia.”
Fitch: “Ahora lo entiendo un hombre de moral que vive en un mundo de moral relativa”.
Rohner: (…) “Se trata de que esta jugando con mi cliente, con mi caso y con las reglas de la ley que gobiernan nuestro país.
Fitch: “No lo tenía por patriota (…) dada su manifiesta indiferencia por el derecho a llevar armas ¿recuerda la 2ª Enmienda”? (…) “Cree que el jurado medio es como el Rey Salomón” (…), “es un albañil con hipoteca, quiere irse a casa y sentarse en el sillón y ver los programas de la tele y le importa un jodido rábano la verdad, la justicia y el estilo de vida americano”.
Rohner: “Son personas Fitch”. (…) ¿Sabe qué Fitch? Perderá, puede que este caso no, y el siguiente tampoco, pero algún día perderá. He visto a tipos como usted antes. Porque no puede albergar tanta soberbia sin ser infeliz en la vida. Un día se encontrará solo en una habitación llena de sombras y lo único que tendrá será el recuerdo de las personas que ha destruido”.
Fitch: (…) "Puede que tenga razón, pero la verdad es que me importa una mierda."

En la película subyace también una cuestión recurrente en Estados Unidos como es la facilidad de la población para acceder a las armas de fuego y los grandes resortes de poder de la industria armamentística. Es profundo el debate que sigue abierto en la sociedad norteamericana sobre su legislación en materia de armas que arranca de la 2ª Enmienda de la Constitución que ampara este derecho, aunque se incluyera en el contexto de una sociedad muy distinta a la actual.

La reflexión sobre la ética también está presente en las funciones del equipo de Rankin Fitch que, rozando la legalidad, se dedica a estudiar los perfiles psicológicos de los miembros del jurado. La rectitud moral de todos los personajes no quedará despejada hasta el final de la película, como signo de la propia sociedad actual, en la que nadie está libre de escapar de tesituras similares. Finalmente, el testigo infiltrado (Easter) y su novia Marlee resultan no ser unos personajes amorales, descubriéndose que habían sido víctimas de un tiroteo (en el que había muerto la hermana de Marlee) y donde intervino Fitch manipulando al jurado. Por tanto, era su manera de hacer justicia. En otra escena, ante las consecuencias que la actuación del testigo infiltrado en el jurado estaba ocasionando en otros miembros (uno no soportó la presión y acabó intentando suicidarse), Easter, conversando con su compañera, valora la posibilidad de abandonar (porque no todo vale con tal de conseguir un propósito, por muy admirable que sea): “Están coaccionando a esa gente, pueden llegar a matar” (…) “hay un límite”, -le dice.

La película, no obstante, termina de forma esperanzadora, blandiendo la conciencia de las personas. Marlee y Nick Easter le cuentan a Fitch lo que pretendían (conseguir que dejara de manipular jurados). Aún Fich le pregunta a Easter: “¿Cómo les puso de su parte? He oído que consiguió diez votos, ¿Cómo les convenció?”, pero la respuesta de este resume este mensaje: “Yo no les convencí, sólo evité que usted lo hiciera. Votaron con el corazón (con la conciencia)”. Sáinz Moreno, en fin, sostiene que “la conciencia de cada uno sigue siendo el criterio esencial de toda ética; ese conocimiento que cada uno de nosotros tiene del bien y del mal y que ninguna regla exterior puede hacer callar”

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