¿Somos seres performativos?

Julio Fuentes | El Salto. ¿Somos individuos cuyo ser se reduce a la representación de un papel concreto dentro de una sociedad marcada por las relaciones de poder?


Que acción y pensamiento no sean lo mismo implica que existe una instancia de diferenciación entre ambos. Hannah Arendt se planteó las dificultades de ese límite, de esa diferenciación, a lo largo de gran parte de su obra.

En Verdad y Política (1967) estableció algunas consideraciones en referencia a esta cuestión. Arendt desarrolla tanto aquí como en su obra Eichmann en Jerusalem (1963) su idea sobre el carácter performativo de la política. En opinión de Arendt, lo performativo de la política es precisamente aquello que la hace más negativa, ya que se aleja completamente de la verdad, entendida ésta como testimonio necesario para el ser humano. El término mentira, sin embargo, lo reserva a aquellas acciones en que se pervierte la verdad de forma consciente y deliberada.

Erving Goffman, pionero de la microsociología y de la interacción humana cara-a-cara, publicó La Representación de la Persona en la Vida Cotidiana en 1959, un libro que ha sido tremendamente influyente y que ha tenido un tremendo impacto en diversos campos de las ciencias sociales. Es, aún hoy en día, uno de los títulos indispensables dentro de la criminología, por citar un solo ejemplo.

La idea central de esta obra es que las personas se comportan como actores en sus relaciones sociales (son muy habituales las metáforas relacionadas con el teatro en sus textos); actores que se esfuerzan permanentemente, a lo largo de toda su vida social, para transmitir una imagen convincente de sí mismos frente a los diversos auditorios a los que se enfrentan (la familia, los amigos, la escuela, la oficina, etc.). No importa lo que uno sea realmente, sino lo que se logra aparentar. Saber moverse hábilmente entre los decorados, tener un buen vestuario y poder diferenciarse son cuestiones indispensables y fundamentales para lograr el éxito social. Por otra parte, el que no sabe actuar constituye una amenaza para el resto del elenco y es apartado de inmediato.

En su opinión podemos actuar, y sólo actuar. Lo que no podemos ser es simplemente hombres y mujeres, ya que estamos constreñidos a actuar la tragedia o comedia de nuestra vida a tiempo completo:

“En su condición de actuantes, los individuos se preocupan por mantener la impresión de que cumplen muchas reglas que se les puede aplicar para juzgarlos, pero a un individuo, como actuante, no le preocupa el problema Moral de cumplir esas reglas sino el problema Amoral de fabricar una impresión convincente de que las está cumpliendo. Nuestra actividad se basa en gran medida en la moral pero, en realidad, como actuantes, no tenemos interés moral en ella. Como actuantes somos mercaderes de la Moralidad.”

Si asumimos la existencia de relaciones de poder, cualquier postulado esencialista en este sentido parece fuera de lugar.

Las conclusiones de Goffman guardan un gran paralelismo con autores más conocidos como Michel Foucault. Si bien el pensador francés analiza las estructuras sociales diseñadas para Vigilar y Castigar (cárcel, hospital, cuartel, fábrica, colegio, etc.), en el caso de Erving Goffman lo que se analizan son los mecanismos de que dispone el ser humano para evitar el castigo y con los que se adapta a estos distintos decorados sociales. De hecho, Goffman publica en 1961 la obra Internados, dedicada al análisis de lo que él denomina Instituciones Totales en las que estudia diversas instituciones que comparten una serie de características totalitarias. Es un clarísimo antecedente de Vigilar y Castigar (1975) de Michel Foucault.

La crítica más habitual recibida por Goffman es la presentación de un universo social amoral, en el que cada cual trata de manipular a los demás. Sin embargo, autores como Giddens consideran que Goffman no sólo describe un mundo de relaciones sociales muy moralizado, sino que, además, tiende fuertemente a generalizar su naturaleza moral. Piensa que la confianza y el tacto son rasgos más fundamentales de la interacción social que la cínica manipulación de las apariencias.

Para comprender mejor las tesis de Goffman es importante resaltar que la figura del actor que se propone como metáfora no es la de un simple performer, es decir, la del “actuante” en el sentido teatral del término. Actor en el ámbito de las ciencias sociales debe ser entendido de forma más aséptica o neutra, ya que debemos considerarlos, simplemente, como los sujetos de cualquier acción social dada.

La diferencia, por tanto, esa distancia entre acción y pensamiento, en cualquier caso, es un efecto de poder tanto como lo es la identidad.

Sin embargo, la afirmación de que somos seres performativos ha levantado una gran polvareda, si bien ha sido muy útil para analizar otras cuestiones como el género o el concepto de precariedad asociada a la performatividad desarrollado por Judith Butler, que nos indica esto en su texto de 2009, Performatividad, precariedad y políticas sexuales:

“La performatividad es un proceso que implica la configuración de nuestra actuación en maneras que no siempre comprendemos del todo, y actuando en formas políticamente consecuentes. La performatividad tiene completamente que ver con ‘quién’ puede ser producido como un sujeto reconocible, un sujeto que está viviendo, cuya vida vale la pena proteger y cuya vida, cuando se pierde, vale la pena añorar. La vida precaria caracteriza a aquellas vidas que no están cualificadas como reconocibles, legibles o dignas de despertar sentimiento. Y de esta forma la precariedad es la rúbrica que aúna a las mujeres, los queers , los transexuales, los pobres y las personas sin estado.”

Obras como Comunidades Imaginadas (1990) de Benedict Anderson o La Invención de las Tradiciones (1989) de Hobsbawm y Ranger, ponen en duda cualquier postulación de las ideas de identidad en su sentido esencialista. En cualquier caso, defensores y detractores de la perfomatividad del ser humano no cuestionan, sin embargo, la existencia de dicho fenómeno.

La diferencia, por tanto, esa distancia entre acción y pensamiento, en cualquier caso, es un efecto de poder tanto como lo es la identidad. Y tanto Arendt como Goffman como Foucault o como Butler, se plantean en realidad el concepto de identidad y performatividad del ser humano bajo el examen de las relaciones de poder. En mi opinión, dicha relación entre poder e identidad rebela la respuesta en el mismo enunciado de la pregunta. ¿Somos seres performativos? Lo que queda claro es que, si asumimos la existencia de relaciones de poder, cualquier postulado esencialista en este sentido parece fuera de lugar.

Esto no implica, sin embargo, que todos y todas vivamos en un universo de seres amorales. Ninguno de los autores anteriormente citados manifiesta esto en sus textos pese a la dureza de sus análisis en algunos momentos. Sin embargo, es importante que asumamos las características y condiciones del filtro por el que transcurren -diría que casi obligadamente- nuestras relaciones sociales.

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