Heráclito & Parménides return. 7 reflexiones sobre la gestión del cambio en las profesiones sociales y educativas

Paco López | Bloc del professorat | Fundació Pere Tarrés. ¿Cómo podemos conocer algo que siempre es distinto?, nos preguntábamos en el Bachillerato, intentando emular a Heráclito, mientras, en la neurona de al lado, Parménides oteaba el horizonte con la convicción de que todo es, en esencia, estable y permanente, como la inseguridad del inexperto piloto de ese nuestro mismo cerebro ante el examen de filosofía del día siguiente.


Unas cuantas preguntas más tarde, preocupados por la realidad social, nos asomamos a la prensa virtual del siglo XXI: sociedad líquida, cambio de época (más que época de cambios, insiste el autor), aceleración, diversidad… Parece que en nuestros días Heráclito se ha ido ganando el corazón de los analistas sociales.

Pero también hay espacio para la remontada, piensan los fans de Parménides: guerras, intolerancia, corrupción, sorpresas electorales, post-verdad… viejas realidades con rostro nuevo. La desigualdad sigue siendo una constante en la existencia de los sapiens. Vaya, ¡parece que el mundo se resiste un poquito al “cambio de época”! -contraatacan, con sorna, algunos analistas políticos-.

De fondo sigue cantando Mercedes Sosa: cambia, todo cambia…. que yo cambie no es extraño… pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre, ni el recuerdo ni el dolor de mi pueblo y de mi gente… Ajena a los grandes análisis sociopolíticos, sigue latiendo la realidad intensa y cruda de los seres humanos que cambian de lugar y de vida para sobrevivir…


Sigue latiendo la realidad intensa y cruda de los seres humanos que cambian de lugar y de vida para sobrevivir 

Quizás, más allá del debate filosófico sobre el acceso a la verdad, Heráclito y Parménides se pondrían de acuerdo en que la vida tiene mucho que ver con la capacidad de manejar los cambios. Esa será la idea de fondo en este particular listado de reflexiones, que intenta ser un sencillo resumen de algunos aprendizajes realizados a partir de lo leído y lo compartido estos últimos años con estudiantes de Educación social y Trabajo social. 


2. Todo pasa y todo queda… o la esencia cambiante de la condición humana.

Crecer es cambiar, aprender es cambiar, tomar decisiones es aceptar o provocar cambios. Queramos o no, sean grandes o pequeños, nos gusten o nos hundan en la miseria, los cambios forman parte de la vida. Cambiamos de curso, de amigos, de pareja, de certezas, de preguntas y respuestas. Cambiamos de problemas y de soluciones, de gustos, de disgustos, de años, de aspecto, de pérdidas, de canciones favoritas o de trabajo. Cuando decimos a alguien no cambies nunca, creo que, en realidad, estamos diciendo: eres una bellísima persona, me caes muy bien o estoy convencido de que vas a seguir teniendo todo esto que me gusta en el futuro. Pero, afortunadamente, cambiamos. Eso no significa que todos los cambios nos lleven a sitios mejores; pero, en esencia, cambiar es uno de los síntomas más fiables de buena salud (física, psíquica y social). 


3. Hoy no me puedo levantar… o el reconocimiento de que la resistencia al cambio es tan natural como el cambio mismo.


Los cambios, si son de verdad, generan resistencia. Y lo hacen porque despiertan las emociones propias de todo proceso de adaptación. Los cambios no deseados (una ruptura sentimental, un despido, un desahucio, la pérdida de un ser querido…) provocan rabia, dolor o una profunda tristeza. ¿Y los cambios elegidos? ¡También! Porque detrás de la elección más ilusionante también habitan la renuncia o el miedo. Acompañar a personas en procesos vitales diversos exige capacidad para entender como procesos naturales las resistencias al cambio, sea este elegido o no.

Le cuesta, lógicamente, cambiar a la persona que pierde su hogar. Pero también le cuesta a quien abandona una relación dura marcada por el maltrato. Podemos ver ambas resistencias como obstáculos o como palancas de cambio. Y esa mirada condicionará nuestras posibilidades de intervención. No siempre es sencillo, pero quizás conviene empezar por decirle a la persona a la que acompañamos que entendemos que no le resulte fácil cambiar. 

4. Si lo sé, no vengo… o la conciencia de lo que realmente implica ser agentes de cambio

Una de las tragedias íntimas de nuestras profesiones surge cuando una persona que nos pide ayuda nos mira con ojos tiernos mientras analizamos lo que tendrían que cambiar los otros (los políticos, los profesionales, las personas que le rodean…). Esa mirada que nos dice ¡quéguai es hablar contigo! muda, sin embargo, en un rictus extraño cuando ingenuamente sugerimos que quizás ella misma ha de cambiar algo. Por muy injustas que sean las situaciones sociales que generan sufrimiento y falta de oportunidades, por más incuestionable que sea la condición de víctima ante determinado comportamiento ajeno, superar, afrontar, aprender o crecer son verbos que siempre se conjugan con cambio en primera persona. Ser agentes de cambio implica perspectiva sociopolítica y sensibilidad humana. Y ambas dimensiones se acaban traduciendo en acciones que acompañan, proponen o generan cambios. Ahora viene un simple silogismo: Todo lo que provoca cambios despierta resistencias y resulta, desde algún punto de vista, incómodo o molesto. Nosotros nos dedicamos a provocar cambios… Dejo el resto a la inteligencia del lector/a.

El que eligió las profesiones sociales y educativas esperando acabar en los altares del reconocimiento social y del aplauso permanente tiene motivos para iniciar una demanda legal contra su orientador vocacional.

5. Cuidadín, cuidadín… o el tacto necesario de quien trabaja con las emociones propias y ajenas.


Al engranaje explicado de cambio-emoción-resistencia le falta una clave de interpretación: la relación. Las resistencias son, como las reacciones emocionales, naturales. Surgen de manera espontánea y no se pueden bloquear o incentivar sin conseguir, probablemente, el efecto contrario al deseado. Si alguien pretende alegrar el día a una persona con depresión puede hacer muchas cosas, pero mejor que no intente pedirle directamente que se alegre ni darle mil razones para ver la vida de colores.

No podemos cambiar directamente la tristeza, el dolor, las lágrimas o la rabia. Pero sí podemos, con el tipo de relación que establezcamos, influir en la manera de percibir la realidad que genera esas reacciones. Es lo que los expertos llaman incidir en el sistema perceptivo-reactivo y provocar experiencias emocionales correctoras. Creo que tiene mucho que ver con lo que, usando la expresión del Ricardo Tonelli, llamamos ayudar a narrar historias que merezcan la pena ser vividas. Es una tarea exigente. No se trata de convencer. Se trata de ayudar a descubrir…y de hacerlo con responsabilidad y convicción… lejos del nohaynadaquehacer y también del puedesconseguirtodoloquetepropongas… con la mezcla adecuada de realismo y de esperanza, con formación y experiencia, con método y con arte… pero, sobre todo, con mucho tacto. Trabajamos con material sagrado, único y lleno de sentido. De eso va la vida y el bienestar de la gente… y el nuestro, que también se juega en esas relaciones. 


6. My way… o la capacidad para entender que existen lógicas diferentes a la hora de resistirse a cambiar…y para actuar en consecuencia.


Hay quien se resiste a cambiar, simplemente porque no quiere (o al menos, no con nosotros al lado o no a nuestra manera). Hay quien se resiste a cambiar porque quiere pero se siente incapaz de hacerlo. Hay quien no sabe ni lo que quiere y eso alza un muro de resistencias. Y también hay quien quiere cambiar y, además, se siente capaz de hacerlo. Y resulta que también ahí nacen las resistencias. Existen diferentes tipos de resistencia al cambio (al menos los cuatro mencionados, según los que lo han estudiando) y, como consecuencia, diferentes manera de relacionarse para ayudar a que se produzcan los cambios deseados.

Cuando alguien quiere y puede cambiar no necesita que le digamos lo que tiene que hacer, aunque quizás sí un acompañante que ayude a pensar y tomar decisiones para que luego sus hechos demuestren que realmente podía y quería.

Cuando alguien quiere pero no puede, por el contrario, ya suele haberlo pensado todo (quizás parte del problema es, precisamente, que cuanto más piensa menos hace). En este caso, nuestro papel no es ayudar a pensar, sino a hacer. Tenemos que tocar las teclas que activen experiencias nuevas, de manera que sean los hechos los que vayan facilitando cambiar los autoengaños tejidos en sus trampas racionales.

Cuando alguien se niega a cambiar, nuestra insistencia es el mejor alimento de su resistencia. Hace falta maestría para manejar la intención paradójica, pero, si se sabe hacer, pedir oposición es, en estos casos, la mejor medicina para obtener colaboración.

Por último, cuando alguien no sabe ni lo que quiere (y eso le hace mal) necesita compañía en su lógica (por muy absurda que nos parezca) para ayudar a salir de ella. Cualquier intento bienintencionado de “ayudar a entrar en razón” puede alimentar la distancia y la confusión. Ya llegará el tiempo del principio de realidad. Antes necesitamos demostrar que podemos conectar (no compartir, obviamente) con su particular vivencia de las cosas.

Resistencias diferentes necesitan estrategias diferentes para tejer relaciones diferentes que ayuden a producir los cambios esperados, deseados o necesarios.


7. Vísteme despacio, que tengo prisa… o la convicción de que, en ocasiones, menos es más.

Acompañar, educar, ayudar… son tareas que no suelen llevarse bien con los excesos. Así que menos discursos, menos prisas, menos objetivos… o, mejor, las palabras justas, el ritmo posible, las metas adecuadas. A veces, menos es más. Y para ser coherente con mi reflexión, en este punto, hasta ahí puedo leer.

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