La Prosperidad, un barrio lleno de blues con una playa de juguete


SILVIA CRUZ LAPEÑA | @silviacruz_news | El Español. La ProspeBeach es la plaza Ángel Pestaña cubierta de arena donde se celebran competiciones, juegos y donde el fin de semana quedarán los vecinos para hacer parrilladas. En ese mismo espacio, todavía había barracas en 1984. En ellas vivían los estafados por una inmobiliaria que vendió cada piso hasta tres veces y nunca los terminó. En esta ágora también tuvieron lugar algunos de los episodios más duros de la lucha vecinal de Barcelona: los secuestros de autobuses para reclamar semáforos son un ejemplo. 


“No brilla el sol”, dice el blues que escribió Bill Withers e interpretan las Blue Birds a dos pasos de una playa de mentira. Estamos en la ProspeBeach, una costa inventada en una ciudad con mar donde Laia, la cantante, repite el estribillo mientras unos chavales se achicharran jugando a vóley. No son las únicas contradicciones de La Prosperidad. En este barrio la paradoja puede hallarse en los detalles, como el que ofrece un chico colándose en el metro dando un salto mientras se sujeta una gorra en la que se lee “Obey!” (¡Obedece!). O en los recuentos electorales. Porque el barrio más pequeño y más poblado del distrito de Nou Barris eligió a Ada Colau en las municipales y prefirió a Inés Arrimadas en las autonómicas en un viraje ideológico sin precedentes.

En ese entorno nació el Festival de Blues de Barcelona hace 14 años, un evento que este año se ha inaugurado coincidiendo con la ProspeBeach. Willi Capibola, cofundador del espectáculo, cree que no hay mejor sitio para gestar un festival de música afligida. “El blues es marginal y Nou Barris siempre lo ha sido aunque no encontrarás gente más combativa en la ciudad. Y no sólo para obtener un ambulatorio o semáforos, también cultura”.

El propio festival es un ejemplo de la guerra sin fin que libran los vecinos de La Prosperidad, pues lo que empezó como un evento de barrio patrocinado por comercios de la zona pasó a ser uno de distrito y después, de ciudad. “Al Institut de Cultura le gustó que no tuviéramos una sede fija, que fuéramos cambiando de locales y de zona.” Con ese apoyo Willy y Ricard Chaure, dos aficionados que acabaron siendo músicos, le dieron vuelo a su idea y en 2009 consiguieron abrir la Escola de Blues de Barcelona, única en el mundo junto a la de Buenos Aires.

Vecinos combativos


La ProspeBeach es la plaza Ángel Pestaña cubierta de arena donde se celebran competiciones, juegos y donde el fin de semana quedarán los vecinos para hacer parrilladas. En ese mismo espacio, todavía había barracas en 1984. En ellas vivían los estafados por una inmobiliaria que vendió cada piso hasta tres veces y nunca los terminó. En esta ágora también tuvieron lugar algunos de los episodios más duros de la lucha vecinal de Barcelona: los secuestros de autobuses para reclamar semáforos son un ejemplo. “Ese espíritu es el que define a este barrio, aunque el desempleo y el nivel de ingresos no ayudan a avanzar”, dice Lorena Heredero, dinamizadora del Casal de Prosperitat. Ese espíritu es el que define a este barrio, aunque el desempleo y el nivel de ingresos no ayudan a avanzar


De esas dificultades da cuenta el Festival de Blues, que organiza actividades gratuitas y conciertos como el que ofrecerán el lunes 11 de julio, Los Balas Perdidas, en el centro penitenciario La Modelo y el de Big Mama en el Hospital Valle Hebrón el martes 12. “Esta idea nació después de ir con Willy a un concierto de los Blue Brothers y está muy vinculada a un barrio con muchas dificultades. Eso no lo olvidamos”, cuenta Chaure, que asegura que poder dar un respiro a los críos enfermos y a sus familias es “un gustazo.”

La ProspeBeach también nació de una iniciativa solidaria: la acogida de niños saharauis a principios de los noventa. Buscaban una manera de entretenerlos y lo que iba a ser una celebración puntual cuajó muy bien en un barrio que hace mucha vida en la calle. “Puede parecer raro pero la ProspeBeach es muy útil en una zona muy poblada que sólo cuenta con una piscina”, explica Heredero. Pedro Cervera, también dinamizador, explica que es un proyecto de cohesión. “Hay gente de todas las edades y de muchas nacionalidades. Los equipos que participan en las competiciones funcionan como peñas el resto del año. Y hemos conseguido que vengan equipos de otros barrios a participar.”

También es Barcelona


El programa de la ProspeBeach incluye blues, cine al aire libre, juegos matinales supervisados por monitores y manguerazos de agua dulce a falta de la salada. “Decir que la playa queda lejos puede parecer una exageración pero no todo el mundo puede irse con los críos a pasar el día fuera”, cuenta Rosa Morales. Esta vecina de la calle Molí cuenta que los pisos de La Prospe son pequeños y ese es uno de los motivos por los que ella misma, desde cría, se echaba a la calle en cuanto llegaba el calor. Morales habla sentada en un poyete en el que chavales y no tan chavales fuman cigarros y porros sin esconderse. Los indicadores dicen que este es uno de los barrios más pobres de Barcelona, situado al lado de Villa Deshaucio, nombre con el que los años más duros de la crisis se ha conocido la Ciudad Meridiana.

Los chavales, ellos y ellas, se ordenan por grupos alrededor de la plaza, miran sus teléfonos móviles, se atusan el flequillo para parecerse a Cristiano Ronaldo o se tocan y estiran las puntas de unas mechas californianas hechas en casa. Que luzcan todo tipo de accesorios no es incompatible con la escasez de sus hogares y quizás porque la pobreza del primer mundo no comparte look con la del tercero, hay quien no la ve. O no la cree.

En la ProspeBeach y en el Casal donde Laia canta No brilla el sol la pobreza hay que buscarla en otro lado. Quizás en la pareja que bordea la playa inventada con un carro de la compra en el que cargan pan, fruta, arroz y a su hijo. O en lo que cuenta Yolanda Pereira, boliviana que hace ocho años que vive en la zona y no sabía ni que existía la Prospebeach. “Oigo jaleo y música pero no sabía… Paso muchas horas fuera de casa trabajando y cuando vuelvo es muy tarde”.

Quejas y autogestión


“Esto también es Barcelona”. La frase de Rosa Morales guarda una queja. No le gusta que haya gente que los tome por garrulos por hacer vida en la calle. No les gusta que los miren mal porque el ocio de sus hijos sea algo tan sencillo como salir a la plaza o que alguien les regale un concierto de blues. No le gusta que el resto de la ciudad no conozca esa zona de Barcelona que no sale en las postales. “Aquí no hay turistas y es una suerte. Pero no lo es que el resto de barceloneses no sepan qué es Nou Barris”.

Ese desconocimiento del norte de la ciudad también lo han demostrado algunos políticos. “Cuando CiU ganó las municipales y llegó al barrio se sorprendió de que los vecinos gestionaran los casales”, explica Joan Linux, fotógrafo que expone estos días en el Casal de La Prospe y vecino del barrio. “‘Autogestión’ no es una palabra de moda en este distrito. Aquí llevamos 40 años practicándola”, cuenta Morales, que explica que Ada Colau ha tomado como referencia la experiencia de centros como el Ateneu de Nou Barris para elaborar un documento que sirva de guía al resto de entidades de la ciudad. “Los equipamientos son municipales pero la gestión es de los vecinos. Y ese es también el espíritu del festival de blues, con el que queremos que la gente tenga acceso a la cultura gratuitamente”, dice Willy Capibola.

Esa lucha fue más dura cuando el consistorio lo gobernaban los convergentes pero son conscientes de que los recursos siguen siendo escasos. Todos tienen la esperanza de no tener que hacerse una foto enseñando el culo como la que le dedicaron a Xavier Trias en 2012 cuando anunció que no pagaría la arena de la ProspeBeach. Durante cuatro años, la playa fue de cemento y no fue hasta que Barcelona en Comú llegó a la alcaldía que volvieron a tener arena. Pero Morales advierte: “En el nuevo ayuntamiento hay gente que viene de la lucha vecinal y los conocemos, pero vamos a estar igual de vigilantes”.

Roces


“Señorita, vengo a que me diga dónde puedo pedir ayuda para una familiar que se va a quedar en la calle con dos niños”. Una señora interrumpe la entrevista con Lorena Heredero, que asegura que esas consultas son el pan de cada día en el casal, no sólo con la última crisis económica, sino en los 16 años que ella lleva trabajando en La Prospe. “No hay empleo y los servicios sociales van lentos y están a tope. La gente quiere soluciones rápidas pero los recursos son escasos”. La señora alega que los extranjeros lo tienen más fácil y Pedro Cervera le explica, de la mejor manera posible, que no es así. “Por arriba hay de todo: mire en Andorra, por ejemplo. Es por abajo que no hay para nadie”. Pero no la convence.

La mujer conserva un deje andaluz en el hablar. A La Prospe llegaron gentes de la primera inmigración de los años sesenta procedentes de toda España y de alguna forma, recrearon en el barrio, sin asfaltar, ni urbanizar, la forma de vivir de sus pueblos. Ahora la inmigración más reciente es magrebí o sudamericana y apenas hay problemas de convivencia gracias a que en 2001 se creó 9Barris Acull, una entidad que agrupa 96 asociaciones y da cuenta de lo tupido que es el tejido social en estas calles. Quedan distancias por salvar, como el de la señora que cree que los extranjeros tienen la puerta de los servicios sociales más abierta que los nacionales o los enfrentamientos, controlados y puntuales, que se dan entre personas de distintos orígenes y culturas.

“Cabrón, ven aquí que te voy a pinchar la pelota”, dice una anciana a un grupo de críos que juegan a fútbol y ejemplifica perfectamente cuáles son los problemas cotidianos con los que lidia el casal. “La gente está mucho en la calle y no todo el mundo entiende que hay normas. A veces, han hecho tan suyo el barrio y sus equipamientos que no entienden que lo que es de todos, no es de nadie”, cuenta Heredero detallando el concepto de pertenencia que tienen los vecinos de La Prospe. “A veces se dejan a los críos en el casal para hacer la compra y ni nos avisan. Dan por supuesto que esto es una extensión de su casa”.


Mirar desde otro lado


Los organizadores del festival de blues han heredado ese espíritu guerrero y callejero y uno de sus logros es haber abierto el castillo de Torre Baró, sin uso incluso después de haber sido reformado en 1989. “Es el escenario del ciclo de blues experimental, del que se podría ver una muestra el sábado 9 de julio”. El paisaje de la ciudad desde esa torre conquistada por los bluseros es distinto al que muestran las estampas más reconocibles de Barcelona.


La gente está mucho en la calle y no todo el mundo entiende que hay normas. A veces, han hecho tan suyo el barrio que no entienden que lo que es de todos, no es de nadie


Los mapas que se trazan, sobre el papel o el imaginario, varían según donde se coloque la mirada. Lo que se ve desde ese castillo es el barrio de Roquetes, parte del distrito de Horta o localidades como Santa Coloma, Badalona o Sant Adrià, más parecidas a La Prospe que el Ensanche barcelonés o el centro histórico, panorámicas que acaparan Google y las postales. “Es necesario observar Barcelona desde otro ángulo”, dice Chaure. Desde Torre Baró el plano de la ciudad apenas tiene líneas rectas y es más caótico y parece que al conformarse ha habido, si no contradicción, sí mucha improvisación. Como en un blues.

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