Apoyuo mútuo Vs lucha por la existencia

Kropotkin1Kropotkin llega a la sostiene que entre los individuos de una misma especie predomina un instinto de solidaridad, de cooperación, de apoyo mutuo o interés recíproco por asociarse y superar unidos los peligros y dificultades. Reconoce, no obstante, la existencia de los obstáculos que los individuos han de superar en su «lucha por la vida» y, por tanto, no rechaza la competitividad de las especies, pero entiende que ésta es más una «lucha» de los individuos contra el medio que una pugna sanguinaria con el único fin del triunfo de «los más fuertes».
Gerard Jacas en Polémica, n.º 47-49




El siglo XIX fue el siglo de los grandes descubrimientos científicos: la célula viva y su desarrollo, la transformación de la energía, la influencia del medio ambiente en los seres vivos, etc. Todos ellos comparables, sin duda, a la gran revolución científica de Copérnico y Galileo, en el siglo XVI.

Hasta entonces las Ciencias de la Naturaleza se habían ido manteniendo en una línea claramente mecanicista, heredada del racionalismo del siglo XVII, que eliminaba la finalidad intrínseca de los seres vivos, quedando estos reducidos a meros mecanismos de respuestas fijas e inmutables. Pero, a partir del siglo XIX, se va poniendo de manifiesto la estrecha vinculación entre Ciencia y Sociedad y, simultáneamente, la convicción de que, si bien las ciencias particulares dependen de unos condicionamientos propios, se encuentran, además, determinadas por factores extrínsecos, como pueden ser las estructuras económicas y sociales, el entorno geográfico, el progreso técnico y, en general, por todo el proceso histórico del hombre que, poco a poco, dejaba de verse como algo estático y metafísico, para pasar a ser concebido como dinámico y cambiante.
Esta nueva concepción del hombre y su mundo se revela en el evolucionismo de Darwin que viene a acabar con la caduca visión «fijista» de las especies, según la cual resultaba imposible que unas especies pudieran evolucionar a partir de otras porque todo cuanto existe es fruto de un «acto de creación» de un ser personal capaz de crear ex nihilo desde su propia realidad transcendente. Así, vemos cómo el evolucionismo, al lado de los demás adelantos científicos del siglo, aporta una nueva imagen de la Naturaleza y de la Sociedad Humana, evolutiva, contradictoria y dinámica. Esta novedad ensamblaría, alrededor de las ideas evolucionistas, a los más reputados hombres de ciencia del momento que habrían de coincidir además en lo que podríamos llamar una actitud «progresista», desde el punto de vista político, económico y social.
De hecho, Darwin, producto típico del capitalismo victoriano inglés, con sus estudios sobre los orígenes de las especies, pretende averiguar si las condiciones de competencia de la vida económica humana podrían aplicarse también al universo animal, para poder encontrar una justificación científico-natural a la explotación del hombre; de este modo, el capitalismo adquiriría su estatuto de legitimidad científica.
Para Darwin se trataba de encontrar una correspondencia entre las leyes de la Naturaleza y las de la Sociedad, pero, en realidad, esta correspondencia entre los dos ámbitos se aplica unívocamente, es decir, que se pretende ver una relación idéntica entre lo que pasa en la Naturaleza y lo que pasa en la Sociedad, en lugar de plantearlo como una correspondencia análoga, porque semejante «identidad» no es practicable si tenemos en cuenta que las leyes de la Naturaleza, universales y necesarias, no pueden coincidir con las de las sociedades, fruto de convencionalismos y, en consecuencia, perfectamente alterables, según poderes e intereses. Esta «identidad» entre el mundo natural y el mundo social es lo que permite al evolucionismo servir de coartada científica al capitalismo aferrado a los dos grandes mitos del siglo XIX: el progreso y el librecambismo, basados en el ímpetu, la iniciativa y voluntad individuales.
En los medios anarquistas las ideas evolucionistas arraigaron fuertemente en la línea representada por Kropotkin.
Al igual que Darwin, también Kropotkin pretende establecer una correspondencia, más unívoca que análoga, entre la Naturaleza y la Sociedad; ahora bien, la diferencia está en que Kropotkin, fiel observador de la realidad, se niega a reducir la vida social de los hombres a una lucha despiadada entre congéneres, mostrándose enemigo acérrimo de la desigualdad económica y de la injusticia que semejante situación engendra. Para él, el mundo natural no refleja lo que pasa en la sociedad sino lo que deberla de pasar. Partiendo, pues de sus ideales de fraternidad universal, que deberían regir la vida de los hombres, fundamenta esta convivencia en unas leyes naturales, de cuya aplicación en las relaciones humanas surgiría una sociedad, sobre todo, más armoniosa y justa que la establecida por la «competitividad» y la «lucha» capitalistas. De este modo, para Kropotkin la búsqueda de un factor determinante en la evolución de las especies responde también, como para Darwin, a un intento de justificar científicamente un modelo de sociedad, pero la discrepancia surgida en el momento de establecer cuál sea ese factor es lo que separa las convicciones capitalistas de Darwin de las anarquistas de Kropotkin.
Kropotkin, que en la época en la que se divulgan las ideas evolucionistas, se iniciaba en la Siberia Oriental en los estudios de los movimientos migratorios de aves y rumiantes, no estaba dispuesto a aceptar la struggle for life («lucha por la existencia») como el principal factor de la evolución, y mucho menos de la forma tan dogmática y excluyente como lo presentaban algunos discípulos de Darwin (véase, por ejemplo, Huxley, La lucha por la existencia: un programa).
En su Apoyo Mutuoun factor de la evolución (1902), Kropotkin llega a la conclusión que entre los individuos de una misma especie predomina un instinto de solidaridad, de cooperación, de apoyo mutuo o interés recíproco por asociarse y superar unidos los peligros y dificultades. Reconoce, no obstante, la existencia de los obstáculos que los individuos han de superar en su «lucha por la vida» y, por tanto, no rechaza la competitividad de las especies, pero entiende que ésta es más una «lucha» de los individuos contra el medio que una pugna sanguinaria con el único fin del triunfo de «los más fuertes». Lo más importante para el progreso y la evolución es el instinto de ayuda mutua que mueve a los animales a enfrentarse solidariamente a la hostilidad ambiental. Es este factor natural de cooperación, erigido en instinto permanente y connatural, lo que mejor favorece el triunfo del individuo sobre el medio en que se desarrolla su existencia, provocando la adaptación al entorno.
También en el hombre, el apoyo mutuo es un hecho natural, contribuyendo a mantener el equilibrio de la convivencia por encima de la lucha y la rivalidad. En este punto, Kropotkin incide en la comunión existente entre el hombre y la Naturaleza, cuya vigencia es defendida por los ecologistas actuales.
En diversas sociedades primitivas encontramos ya unas formas de vida basadas en este factor indispensable para el desarrollo progresivo de cada especie. Kropotkin coincide con el pensamiento clásico en considerar al hombre como un zoôn politikón (un animal político) en mayor grado que cualquier abeja o cualquier animal gregario, o sea, que por naturaleza posee una capacidad innata de preocuparse y de ocuparse por los problemas colectivos (discrepando del individualismo egoísta de Mandeville o Nietsche). Por este motivo, piensa que la sociedad se encuentra ya implícita en la propia esencia del hombre no pudiendo actuar de otro modo más que socialmente, procurando juntarse con los demás para satisfacer mejor y más eficazmente sus necesidades, impulsado siempre por ese instinto de apoyo mutuo. La existencia de leyes, instituciones y de una organización estatal, sin embargo, dificultan al hombre en su actualización cooperativista, llegando a ser entonces la sociedad en que vive una estancia inhabitable.
Tal y como la formuló Kropotkin, esta concepción del apoyo mutuo como un instinto natural en el comportamiento humano, sirvió de base para el planteamiento anarquista posterior sobre el modelo de organización social, exento de privilegios y de explotación, en el que la unidad fundamental no es la «clase social» sino el individuo, solidario con los demás miembros de su especie, dejándose llevar por sus tendencias naturales para mejor satisfacción de todos.

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