¿Nos hemos vuelto locos?

Necesitamos más que nunca actuar en el campo del ‘ser’ y no en el del ‘deber ser’. ¿Nos podemos equivocar? Claro, quien actúa tiene este peligro. Pero también podemos ganar. Es por eso que desde el espacio de las subjetividades antagonistas hemos apostado por hacer política en mayúsculas, por arriesgar, por asumir contradicciones, por salir del círculo de iguales y mezclarse en las realidades sociales y populares... porque queremos cambiarlo todo.


Gemma Ubasart i González a Diagonal Periódico




¿Será que nos estamos independizando de un soviet? Alberto Pradilla –como es periodista y no politólogo– resume en esta frase lo que yo intentaré decir en un artículo. Ad­vierto que este texto no será una “Oda a Espanya” al puro estilo maragalliano. Varios compañeros lo han intentado anteriormente sin mucho éxito. Simplemente quiero poner sobre papel una pregunta que me viene a la cabeza cada vez que leo diversas ‘lecciones’ que nos llegan desde gran parte de la izquierda española –diversa y fragmentada, pero curiosamente coincidente en unos pocos temas–. Y es ésta: ¿de forma mayoritaria, sectores políticos y sociales transformadores catalanes, con orígenes y culturas políticas muy diversas, nos hemos vuelto todos locos? Quizá de tanto teorizar sobre procesos constituyentes cuando se está frente a uno de verdad no se quiere ver...El marxismo tampoco previó la revolución rusa, no se preocupen.

Cultura libertaria

Ha cambiado el marco discursivo y de actuación en Catalunya. Sí, así es. Se ha producido, en los últimos años, una traslación plural, transversal y rápida de la sociedad catalana hacia posturas independentistas o, como mínimo, favorables al derecho a decidir. Y hablo en términos de transformación porque no ha sido siempre así. Si bien la defensa de derechos nacionales y lingüísticos ha estado en la agenda de la mayoría de fuerzas políticas y organizaciones sociales desde la Transición política, la demanda independentista masiva es relativamente nueva. El encaje entre dos culturas políticas distintas como son la española y la catalana ha sido una cuestión largamente discutida durante los siglos XIX y XX, e históricamente han predominado las opciones federales, confede­rales o autono­mistas. Ocu­rre que en la última década en el Estado español se ha experimentado una suerte de recentralización y avasallamiento hacia la diversidad nacional. La crisis ha acrecentado el nacionalismo espa­ñol. Y nuestro ­pueblo, con una importante cultura libertaria, laica y democrática a las espaldas, no ha podido quedar impasible. De manera concreta, el punto de no retorno se materializó en la sentencia que negaba la constitucionalidad de gran parte del articulado del Estatut d’Autonomia de 2006, aprobado en el Parlament y en consulta popular. Se sellaba así la imposibilidad de la coexistencia.
Y es en este nuevo marco donde movimientos, partidos y asociaciones están actuando. Quizá el nudo gordiano para comprender el asunto resida en ver que el componente más relevante del independentismo catalán en la actualidad se fundamenta en el antiautoritarismo, no en el nacionalismo. Se trata de un proceso basado en el rechazo a la imposición, al Estado del statu quo; de una realidad que se construye sobre una demanda de más democracia y libertades, así pues sustentada no sólo en el eje nacional, sino también en el tercer eje –el de la radicalidad democrática–. Guste o no, la ola soberanista es de la gente, del tejido social, de las subjetividades difusas que se encuentran y organizan. Es por ello que está pasando por encima de todas las fuerzas políticas, desde CIU hasta la CUP.

Fin del régimen

Estamos pues frente a un escenario destituyente y constituyente a la vez. Los datos demoscópicos y mapas electorales que se están publicando en los últimos días dibujan el fin del régimen, el resquebrajamiento de la realidad política e institucional construida en la Tran­­sición. Muy probablemente, Cata­lunya sea en la actualidad el único espacio en Europa donde todo vuelve a estar abierto y por lo tanto con un futuro no escrito, con una utopía a disputar y pelear.
Por eso necesitamos más que nunca actuar en el campo del ‘ser’ y no en el del ‘deber ser’. ¿Nos podemos equivocar? Claro, quien actúa tiene este peligro. Pero también podemos ganar. Es por eso que desde el espacio de las subjetividades antagonistas hemos apostado por hacer política en mayúsculas, por arriesgar, por asumir contradicciones, por salir del círculo de iguales y mezclarse en las realidades sociales y populares... porque queremos cambiarlo todo.

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