Municipalismo y rupturas constituyentes: ¿1931: 2.0?

El 12 de abril de 1931 unas elecciones municipales donde se presentaban múltiples organizaciones políticas, algunas a penas acabadas de crear un mes antes de la contienda, con programas diversos, pero con un acuerdo común al entorno de la democracia, marcaron el inicio del fin de la Restauración.
Xavier Domènech Sampere en Contrapoder, ElDiario.es


Decía Marx hablando de la revolución aquí que “España no ha adoptado nunca la moderna moda francesa, tan en boga en 1848, de comenzar y acabar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este línea son complejos y más prolongados. Tres años parece ser el plazo mínimo que se impone el país a sí mismo, mientras que el ciclo revolucionario se extiende a veces hasta nueve”. Si uno contempla esta afirmación escrita en 1854 a la luz del ciclo 1931-1939, y el más reducido de 1936 a 1939, no deja de sorprender, a pesar de que se refería al pasado y no al futuro. En el mismo sentido, la eclosión del 15-M, que parecía anunciar en sus inicios una transformación revolucionaria inmediata, debe enmarcarse en un ciclo largo de gran transformación política. Si ya muy pronto pareció que su irrupción apenas tendría efectos en el sistema político institucional, mutando en una y mil iniciativas a nivel sociopolítico, lo cierto es que en este ciclo largo donde estamos inmersos todavía nos quedan muchas más irrupciones por ver. De hecho, su emergencia se inscribió en el marco del ciclo electoral que se inició con las municipales del 22 de mayo de 2011 y terminó con la victoria del PP (aunque sería más preciso hablar en este sentido de la derrota del PSOE, ya que el partido conservador apenas había incrementado su número de votos desde 2008), el 20 de noviembre de 2011. Entre ese momento y el actual hemos vivido un interregno donde de forma invisible millares de microcambios, pequeñas decisiones, mil acciones, se pueden hacer evidentes de nuevo en el espacio político en el nuevo ciclo electoral que ahora reprendemos. Nada será en este sentido igual a como fue.
Prácticamente en el mismo momento que Marx escribía sus análisis sobre el carácter de las revoluciones en la piel de toro, otro pensador y político Pi y Margall, el único socialista en España según el propio Marx y posteriormente presidente de la Primera República, desarrollaba los principios de su futuro "constitucionalismo revolucionario". Su intento no era otro que el de impulsar una revolución donde “no sólo es necesario acabar con la actual organización política, sino también con la económica; que es indispensable, no ya reformar la nación, sino cambiar la base”. Para ello, recogiendo una tradición muy anterior, partía de un federalismo que tenía como raíz el municipio como forma de reconstituir una sociedad libre entre iguales desde del núcleo más básico y cercano del poder institucional.
Iniciar un amplio proceso de transformación revolucionaria tomando como base el poder local podía parecer extraño, en un período donde se estilaba más el asalto directo al Estado. Pero Pi y Margall, en este sentido, no hacía sino recoger una realidad del pasado para reformularla para propio su futuro. La vitalidad de la vida local en la península, que fascinaba al propio Marx, estuvo en la base de la resistencia a la invasión napoleónica en 1808 y se constituyó en uno de los polos de tensión en el marco de la revolución liberal, pero quizás fue ya entrado el siglo XX donde el municipalismo mostró toda su fuerza. El Pacto de San Sebastián, acordado en agosto de 1930 por personalidades tan dispares entre ellas como Alejandro Lerroux o Jaume Aiguader de Estat Català, entre muchos otros, significaba la alianza para acabar con la primera Restauración monárquica en el siglo XX. Una alianza posible entre fuerzas muy diversas entre sí, y a veces confrontadas, a partir de un horizonte común: la proclamación de la República. Pero una cosa era el acuerdo, otra muy diferente su realización, para ello se recurrió a dos medios “clásicos”: o bien una huelga general o bien una insurrección. Basta decir que los dos medios fracasaron. Parecía que el intento de implementar un nuevo sistema político democrático se había quedado sin alternativas. Lo parecía.
El 12 de abril de 1931 unas elecciones municipales donde se presentaban múltiples organizaciones políticas, algunas a penas acabadas de crear un mes antes de la contienda, con programas diversos, pero con un acuerdo común al entorno de la democracia, marcaron el inicio del fin de la Restauración. No ganaron en la mayoría de poblaciones, de hecho lo hicieron las fuerzas monárquicas, pero sí que lo hicieron en los principales centros urbanos y las capitales de provincia del país. Lo que vino después es de sobra conocido, el 14 de abril se declaraba la República Catalana en Catalunya al mediodía, mientras que por la tarde ya en Madrid nacía la República española. El municipalismo, en forma de último regalo de ese gran progenitor de las izquierdas que fue Pi y Margall, había sido inesperadamente clave. En la Puerta del Sol de Madrid una niña levantada por su padre ante la multitud oía de su labios “¿Lo ves hija? Es el futuro”, mientras en Barcelona la joven escritora Mercè Rodoreda lo sentía “com un aire que va fugir i tots els que després van venir mai més van ser com l’aire d’aquell dia que va fer un tall a la meva vida”
La potencia de ese momento y de esa posibilidad no quedó encerrada en los años treinta. Para Manuel Fraga, flamante ministro de Gobernación del primer gobierno de la monarquía de la Segunda Restauración después de la muerte de Franco, constituía una de sus principales preocupaciones ese “fantasma de las elecciones de abril de 1931”; a la que vez que, para una parte de la oposición, una de sus principales esperanzas. Es por ello que las elecciones municipales fueron puestas al final de todo el ciclo electoral, cuando toda la arquitectura constitucional ya estaba cerrada, y no se celebraron hasta 1979. Es esta potencia la que probablemente veremos también puesta en juego en las elecciones municipales de 2015. Todo parece girar hacia ello. Lo hará así sin duda en Catalunya, donde una tradición ya larga de municipalismo alternativo se puede recombinar con nuevas fuerzas emergentes que nos pueden llegar a sorprender a todos. La hará también más que probablemente en otras parte del Estado, donde la emergencia de Podemos, tercera fuerza electoral en las elecciones recientes en Madrid, Aragón, las Islas Baleares o Asturias, no se agotará sólo en las europeas y puede converger con otras nuevas y viejas fuerzas políticas. Mientras en otras espacios, como Valencia, Galicia o Andalucía, pueden surgir intentos en el mismo sentido. Esta posibilidad será fuerte o débil, eso no lo sabemos, pero es una posibilidad que permite una iniciativa ofensiva y a la vez defensiva. Ofensiva en el sentido que en un marco de procesos agregados puede tomar un significado político que va más allá de la realidad local, como así fue en aquel abril de 1931. Defensiva en el sentido que es precisamente en ese espacio donde ahora hay más posibilidades para construir un espacio de preservación y transformación de la vida de la ciudadanía y de conexión con todos esos nuevos principios que los movimientos de resistencia a esta crisis han empezado a tejer.
Dicho en palabras de Pi y Margall, porque es el espacio donde se puede dar “la acción libre de todos elementos de progreso que existen en el reino, la mayor posibilidad en la aplicación de teorías o sistema nuevos, una mayor rapidez en la marcha colectiva”. Veremos, en todo caso nada será como antes.

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