La (nueva) política y las redes

Lo que más miedo les da es la posibilidad de que se abra un ciclo en el que la gente pueda decidir, de verdad, qué política quiere o, mejor aún, en el que la gente participe directamente
Beatriz Gimeno en ZonaCrítica




Hermann Tertsch, Maruhenda, Fátima Báñez o Carlos Floriano se deben tomar muy en serio a sí mismos, pero el resto del mundo se ríe de ellos en las redes. Da exactamente igual que dirijan un periódico o un Ministerio. Nos reímos de ellos no sólo por razones ideológicas sino porque su discurso está completamente fuera de la realidad. Hace 50 años nadie se hubiera reído al ver a un ministro invocando a una virgen, ahora esa invocación parece un chiste. La sociedad ha cambiado y mucha de esta gente no se ha enterado.
Los partidos y los medios de comunicación tradicionales siguen sin entender en gran medida lo que supone internet, lo que suponen las redes. Deben pensar que basta con tener a un equipo de contratados lanzando eslóganes insulsos en twitter o que es suficiente con subir los titulares del diario, para estar presente en las redes. Los estrategas de los partidos o algunos tertulianos parece que piensan que la relación entre la clase política y los medios de comunicación por un lado y la gente, por el otro, es la misma en internet que la que se pueda dar ante un televisor: ellos hablan, nosotros y nosotras escuchamos; ellos escriben una noticia, nosotros y nosotras la leemos. Y no, no es eso.
Internet y las redes no sólo nos han permitido informarnos al margen de los medios de comunicación en manos de los poderes financieros; tenemos toda la información del mundo al instante. Pero, sobre todo, la opinión ya no la crean los diarios o las televisiones; la opinión ahora está en manos de la multitud. Lo que aparezca en El País ya no tiene ninguna importancia y lo que salga en una tertulia de Tele 5 tampoco. Lo importante es lo que opinen las redes de lo que dice El País o de lo que sale en Tele 5. Las redes no sólo han hecho estallar eso que antes se llamaba "opinión" y que ahora es, propiamente, la opinión de cada uno de nosotros y nosotras puesta en común, sino que, sobre todo, las redes nos han permitido encontrarnos. Reunirnos, estar todo el tiempo comunicándonos, y saber que ya no estamos solos, aisladas; que la invocación de Fátima Bañez a la Virgen del Rocío no sólo me parece completamente ridícula a mí, sino a muchísima más gente. La red es una gran asamblea en la que hacemos política todos, y todo el tiempo.
La reacción que se ha desatado en la derecha y en sus medios afines con la irrupción de Podemos ha sido casi de histeria. Se palpa su miedo y se palpa que siguen sin entender nada. No creo que el miedo se deba al programa electoral de Podemos; al fin y al cabo IU llevaba un programa parecido. Me parece que el miedo se debe a lo que significa esta irrupción. Podemos significa que la gente corriente puede hacer política, la misma política que hacen ellos. Y si la gente corriente hace política, eso significa que es posible rebelarse ante esta situación en la que la política es algo que se nos hace, no algo que hacemos. Creo que lo que más miedo les da es la posibilidad de que se abra un ciclo en el que la gente pueda decidir, de verdad, qué política quiere o, mejor aún, en el que la gente participe directamente. Eso significaría algo tan básico, y al mismo tiempo ahora tan revolucionario, como que la política que queremos es una cuyo objetivo tiene que ser mejorar nuestras vidas, las vidas de este 99% de la población, y no esa que están imponiendo los poderes financieros y gestionando sus contratados: los partidos políticos, atenazados, como poco, por las deudas.
El 15M dijo que el emperador estaba desnudo y esa es una lección que no hemos olvidado. Decir que el emperador está desnudo es poner de manifiesto que casi cualquier persona, y desde luego cualquier persona con una inquietud política o social, es mucho más inteligente y capaz que Carlos Floriano, por poner un ejemplo. Es Floriano, pero es también cualquiera de ellos: Cospedal y sus finiquitos, Arturo Fernández, Botín, Cañete y sus tractores, Fátima Báñez, Fernández Díaz y su virgen de Lourdes, o el mismo Bárcenas. ¡Y esta gente nos gobierna! ¡Esta gente tiene poder sobre nuestras vidas! Es evidente que cualquier persona que esté en un movimiento social, político, vecinal, cualquier persona que tenga una mínima inquietud, que acuda a las manifestaciones o firme un manifiesto, que se preocupe por lo que pasa, que esté en el mundo, que sea una buena persona…, casi cualquier persona en realidad, sería capaz de hacer mucho mejor papel que estos personajes que constituyen las élites políticas o financieras, el poder, en definitiva, y que son de una mediocridad indescriptible.
Al día siguiente de las elecciones que han cambiado el panorama político de una manera radical, varios chorizos, varios imputados, unos cuantos comisionistas, algunos mafiosos… (la mayoría así declarados por los jueces, aunque –gracias a su justicia– no vayan a ir a la cárcel) pretendían dar lecciones de ética democrática. La cosa era indignante, pero también profundamente ridícula. Lo que esta política institucional nos ofrece es una caterva de personajes intelectualmente mediocres que no triunfarían en ningún otro sitio, un montón de personas de una zafiedad personal e intelectual indescriptibles; así como de una inmoralidad sobresaliente. Personas incapaces de hacer un discurso coherente, inteligente, así como de mostrar siquiera una mínima empatía social, solidaridad, preocupación por los otros; son autistas sociales.
Por eso cuando se dejó hablar, casi por error, a Ada Colau o a Pilar Manjón, únicamente necesitaron de sus palabras inteligentes y verdaderas,  de su presencia decente, para suponer una convulsión. El mundo está lleno de personas como ellas dos pero, en cambio, se pretende que creamos que alguien como Ángel Carromero  se merece un cargo público y un sueldo también público. Nos ha sido difícil entender que este estado de cosas puede cambiar porque han creado un sistema que desarma y desanima, que hace parecer que estamos condenados a votar entre lo malo y lo peor…hasta que hemos roto ese bloqueo. Y lo hemos roto en parte gracias a las redes. Porque las redes no sólo nos informan o nos permiten crear opinión. Las redes nos han permitido reírnos de ellos. Y reírse de ellos es una manera de mostrar lo ridículos que muchos de ellos son en realidad. Por eso odian Twitter, claro. Twitter es ese lugar en el que muchos de estos políticos quedan como lo que son, como unos frikis de inteligencia escasa (ellos sí), como unos ladrones, hipócritas, mentirosos, corruptos y, sobre todo, como personas completamente alejadas de la vida real.
Leer las frases ampulosas, los eslóganes vacíos, las mentiras evidentes y las palabras estúpidas de algunos políticos/as, y leer después como la gente tritura, literalmente, esas palabras, o a esos personajes, eso también es democracia; es un estado de ánimo, es una forma de resistencia, es sentido común básico. Lo que dice Maruhenda o Fátima Bañez no crea opinión, sino miles de comentarios irónicos y chistosos, lo que inhabilita sus discursos de manera mucho más efectiva que decenas de sesudos artículos. Si algo ha demostrado twitter es que la ironía puede ser un arma tremendamente corrosiva y que, en todo caso, la inteligencia no está, precisamente, del lado de los políticos tradicionales. Ya puedes tener un periódico o una cadena de televisión. La gente está en las plazas. Las redes son nuestras plazas y ¡qué sorpresa!, somos inteligentes.
Y cuando digo los impresentables del PP, digo también cualquiera de los impresentables de los demás partidos. Alguien como Rosa Díez, con esa capacidad para negar todo lo que dijo mientras gobernaba con el PNV o mientras intentaba ser secretaria general del PSOE, no habría durado ni dos minutos en una organización seria en la que su puesto dependiera de la decencia personal o de los votos de la gente. Sólo un partido completamente autista de la realidad social puede pensar que es buena idea llevar a Felipe González, un rico entre ricos, un lobbista internacional, un tipo que está cobrando una pasta de la misma empresa que privatizó, a un mitin en el que se pretende que la gente crea las promesas de ese partido por combatir la desigualdad y la pobreza. ¿Pero es que esta gente no lee lo que pensamos y decimos de ellos? Se ve que no.

Hasta ahora han conseguido mantenerse en su realidad paralela en la que podían creerse a salvo. Pero hace tiempo que nos dimos cuenta de que casi cualquiera de nosotros y nosotras es, seguramente, mejor que muchos de ellos. Nos hemos reunido, nos hemos reconocido, lo hemos hablado, nos hemos organizado (nos hemos incluso reído) y quizá hayamos dado con una buena tecla que nos ponga en el camino para  conseguir echarles.  

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