Tomar(nos) el tiempo


Sobre un tiempo reproductivo para abandonar el objetivo del crecimiento por el crecimiento y superar la errónea idea de abundancia como inflación, para sumergirnos en la celebración econsciente de la riqueza y la diversidad. Un texto que no ha terminado de encontrar su lugar en el sitio para el que fue escrito y que publica @Ricardo_AMASTE en Colaborabora, como antesala al #meetcommons y como propósito para el curso que viene.

Vivimos un tiempo de paréntesis entre el manierismo de lo que fuimos y el porvenir de lo que podremos ser. Un tiempo tan apasionante como insostenible, tan lleno de posibilidades como incierto. Un tiempo de cambios violentos y disrruptivos, transicionales y adaptativos. Entre un capitalismo inmaterial globalizado, que ensaya mutaciones instrumentalizando el conocimiento, los afectos y las experiencias; y una reconcienciación situada internacionalista en red, que apuesta por las personas y las relaciones justas entre si y con el entorno, revitalizando y remezclando propuestas como el feminismo o la ecología, el decrecimiento o la ética hacker.

En medio de este tiempo convulso se está dando una soterrada batalla en torno a los modos de producción, gobernanza y propiedad. Y quienes de un modo u otro nos dedicamos a la creación, a lo cultural, estamos en el ojo del huracán; viviendo entre la aparente calma de quien trabaja en algo que no se considera socio-económicamente relevante, y el desasosiego de sentirnos cada vez más rodeadas y diseccionadas, o digo más, sabernos de algún modo, para bien y para mal, epicentro y laboratorio del cambio que está siendo. Porque debemos ser conscientes de que la batalla también se juega en el terreno de lo simbólico, la producción de subjetividades y la adaptación de nuevos comportamientos y formas de hacer.

Así que, es el momento de tomar partido, desde la toma de decisiones y posiciones, desde el discurso y los actos… Pero quizá el problema sea este: estar entretenidos en esta batalla. Porque en eso consiste la mayor victoria del capitalismo: mantenernos ocupadas. Trabajando, siempre trabajando, siempre produciendo. Porque mantener el tiempo ocupado, lo queramos o no, es en gran medida ‘trabajar para el enemigo’. Un enemigo no tan claro y figurativo como a veces nos gustaría, sino que en gran medida todas tenemos naturalizado. ¿Todas somos portadoras del virus de la productividad?

Si estás leyendo esto es que probablemente tú también eres una persona infectada. Otra víctima-producto(ra) del capitalismo cognitivo. Otro Bill Murray atrapado en el tiempo. Es fácil reconocer ciertos síntomas: un mix de trastornos emocionales de insuficiente intensidad como para su diagnostico y patologización; junto a una incontinencia ultraproductiva, autoprecarizada y autocomplaciente, orgullosa de su porte descontento.

Así que, ya lo sabemos… Sí, estamos enfermas en un mundo enfermo. Ahora, podemos negarlo, asumirlo, tratar de superarlo, y/o podemos encarnarlo políticamente, recuperando o inventando una nueva conciencia de clase, de modo similar a cómo algunas infectadas por el VIH hicieron de su enfermedad un estandarte y una lucha, o como siempre ha propuesto el feminismo, desde las micropolíticas de lo personal y lo cotidiano. Ahora puedes implicarte, exponerte, dejarte afectar, entrar en escena, no dejarte inmunizar. Y es que, si acaso hay cura (no lo sabemos), encontrarla depende de nosotras.

Para ponernos a ello, quizá lo primero que podamos hacer sea parar, comenzar a decrecer o cuando menos, desarrollarnos de una forma más sana y ecológica, pensando en la producción cultural en claves de ecosistemas socio-culturales desde la biodiversidad. Parar y mirar alrededor. Repensar el impacto y los efectos, la calidad de las relaciones, la redistribución de recursos, rentas y capitales, en nuestros modos de producción y en los procesos y resultados de nuestro trabajo. ¿Medir más y hacer menos para hacer mejor? o al menos no dejarnos arrastrar por los ritmos-tiempos imperantes (auto)impuestos. Recuperar nuestras formas y nuestro paso. Dar un paso atrás para volver a volar y sabernos bandada, multitud, autónomas pero interdependientes.

Y para eso necesitamos tomar(nos) el tiempo. Un tiempo de calidad, para juntarnos, hablar, (re)conocernos entre distintos agentes; para saber más sobre quiénes y cómo somos y nuestras formas de hacer; para poner sobre la mesa qué hemos hecho hasta ahora, nuestras herramientas, nuestros problemas, nuestros deseos y objetivos cumplidos e incumplidos. Dar un paso adelante para asumirnos, entendernos, querernos de forma más radical, como somos, porque probablemente ahí está nuestro valor.

Un tiempo contrahegemónico, que nos permita encontrar un estado de flujo de relaciones, que se regulen según un sistema permacultural, con ecualizadores de confianza-reciprocidad-reconocimiento, siguiendo una serie de principios éticos fundamentados en el cuidado de la tierra y de las personas y en el reparto justo de excedentes. Un sistema de diseño holístico, basado en el funcionamiento de la naturaleza, donde unos procesos retroalimenten otros, siguiendo sencillos preceptos como: Empezar pequeño, Observar e interactuar, Uso intensivo de la imaginación, El problema es la solución, Máximo rendimiento – Mínimo esfuerzo, Maximizar la biodiversidad y las relaciones, Multifuncionalidad, Conectar estructuras o Ciclaje de energía. Un tiempo acogedor, que antes de impulsarnos a hacer de nuevo, nos permita detenernos y repasar las ’8 R’: Revaluar (sustituir valores), Reconceptualizar (dar la vuelta a las ideas y puntos de vista), Reestructurar (adaptar el aparato de producción y las relaciones sociales), Relocalizar (filosofía del Km. 0), Redistribuir (un reparto más justo), Reducir (menos es más), Reutilizar y Reciclar (alargar el tiempo de vida de las cosas).

Un tiempo liberador, para explorar, para abonar, para cimentar; para afrontar conflictos, perseguir utopías, permitirnos errores y extravíos; para propiciar encuentros fortuitos, imaginados, sorprendentes e intuitivos; para escabullirse entre las grietas y habitar los intersticios; para ir más allá de los límites culturales impuestos. Un tiempo CopyLove, que ponga la vida en el centro; para cuidarnos entre nosotras por encima (y como forma) de cuidar el proceso; para apostar radicalmente por lo afectivo antes que por lo efectivo; desde la convicción esencial de que no hay producción sin reproducción, sabiendo que en eso juegan un papel esencial el hamor (con h de dejarse habitar por el otro y habitar al otro sin colonizarlo), la ayuda mutua, los procomunes invisibles, los desahogos, interdependencias y cuidados, sin los cuales es imposible imaginar una vida en común sostenible. El momento de identificamos con la vulnerable godzilla cuidadana, con la multitud que arde en el combate de la vida, y con la urgencia de hacerla visible en el espacio público.
Un tiempo relativo y multidimensional, que no nos haga caer en el fatal error de centralizar apresuradamente lo distribuido para tratar de comprenderlo, por miedo a no aprehenderlo; sino que nos permita(mos) pensar y vivir de forma distribuida, con las mínimas normas y protocolos; sin tratar de aglutinar-condensar-reunir, sino disfrutando del solapamiento y el sinsentido sincronizado; superando la ansiedad, celebrando la abundancia, sin pretender estar y ser partícipe de todo, sino sólo de lo que sea posible (y es que el decrecimiento del sistema pasa en primer lugar por el ajuste de nuestra ambición). Un tiempo P2P, de redes antes que de mapas (de relaciones antes que de más plataformas); desde el que atender la emergencia, aprender a federarnos por proyectos haciendo siempre con otras (sin renunciar a una habitación propia), concurrir en zonas autónomas temporales, dedicarnos a abrir códigos y generar transferencia, promover la inteligencia colectiva y las sinergias entre distintos agentes, proyectos y ámbitos.

Un tiempo para pensar-cuestionar-problematizar-proponer-practicar sobre las formas de articularse colectivamente y hacer sostenible la colaboración. Porque probablemente no se trata de dar un salto hacia una especie de modelo más simple-organizado-estructural (un salto que muchas veces he pedido y/o he intentado dar), sino de profundizar en nuestra compleja desestructuralidad congénita -que desde luego también es estructural-, a partir de las formas y los modos con que hemos llegado (nos han traído) hasta aquí.

Un tiempo para abandonar el objetivo del crecimiento por el crecimiento y superar la errónea idea de abundancia como inflación, para sumergirnos en la celebración econsciente de la riqueza y la diversidad. Un momento queer, monstruoso y mutante, en el que sabiéndonos socialdemócratacristianos, heteropatriarcales y postcoloniales; atrevernos a vivir el comunismo, propagar la anarquía, ser penetradas por el feminismo y mirar al sur.

Un momento para practicar en los límites. Experimentar sin certezas, sabiéndonos veneno del sistema, pero también su mejor antídoto homeopático; agente propagador del virus a la vez que fortalecedores del sistema inmunológico. Rebuscar entre la basura, entre los escombros, sabiéndonos desperdicio y potencial compost. Gritando emulando a Marjorie La Gran Montaña de Basura: ‘¡Soy la cáscara de naranja, los posos del café, SOY LA SABIDURÍA!’. Dejando de hacer(les-nos) el juego, para realmente atrevernos a JUGAR… Quizá jugando, todo explote, pero no tiene por qué tratarse necesariamente de una explosión desastrosa, sino una eclosión co- re- trans-. No se me quita de la cabeza el final de Tetsuo y su ‘Nuestro amor podrá destruir todo este jodido mundo ¡HAGÁMOSLO!”…

Un tiempo para compartir las referencias que me han nutrido y he tergiversado redactando este post:

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