Las decisiones

Ya se dan cuenta, ¿verdad? El accionista hortera y gilipollas que bebe daiquiris y todos los que son de su misma clase social decidieron la forma en la que querían vivir su vida, este año, el que viene y toda su maldita existencia. Al final todo se reduce a una cuestión de decisiones. 

  Artículo publicado originalmente el 18 de diciembre de 2012 en GRUNDmagazine.org Daniel Bernabé @diasasaigonados
Los domingos por la tarde suelen ser uno de los momentos más tristes de la semana -supongo que aún se conserva el recuerdo infantil de la vuelta al colegio, un lugar, que al fin y al cabo, estaba rodeado por vallas- sobre todo cuando te das cuenta que al día siguiente, el lunes, ese alfa de la vida asalariada, careces de la posibilidad de ir a algún lado a ganar un sueldo con el que sobrevivir.
En esas estaba cuando topé con un vídeo resumen del año de los que proliferan en estas fechas para hacernos sentir un poco más trascendentes. Estaba elaborado para Google y elegía los temas más importantes del 2012 en base a los términos más populares consultados por los usuarios del buscador. Además de ser un magnífico producto publicitario -situá a Google como único cronista válido de nuestra existencia- tenía las dosis apropiadas de emocionalidad, superación y espíritu olímpico. Estuve a punto de caer en la trampa, soltar la lagrimilla de la que tiraba la banda sonora, cuando caí en la cuenta de que en el vídeo se dedicaba apenas un segundo a la crisis económica y sus consecuencias.
No es que me sintiera especialmente estafado -esperar verdad de una multinacional equivale a mostrar en público las credenciales de la estupidez- pero sí me colocó una vez más ante ese gran escaparate en el que se ha convertido nuestra época: un tiempo en el que las coordenadas de la razón acumulan polvo en una estantería mientras que seguimos un camino guiado en base a la brújula adulterada por el egoísmo.
¿El resumen del año 2012? Me niego siquiera por salud mental a repasar aquí el despropósito en el que ha consistido este año decadente y ridículo. A mí me vale tan sólo con un ejemplo, una sola imagen que ilustra a la perfección el punto en el que nos encontramos. La acabo de ver hace un rato y no es un recurso literario, una argucia retórica con el que apoyar la catarata de insultos de grueso calibre con el que sazono mis comidas mientras veo el informativo: Un hombre en medio de la Gran Vía, sentado en una silla, piernas cruzadas, fumando un cigarro con la mirada perdida en ese punto donde están los que no tienen nada que perder; colgaba de su cuello un cartel en el que solicitaba una limosna, unas monedas que llenaran el cubilete de plástico medio vacío que estaba a su lado como un perro obediente; el hombre estaba vestido de payaso, vestido de payaso de la cabeza a los pies, con los zapatos ridículamente grandes, el traje de colores imposibles, la flor de pétalos sorpresivos; maquillado de payaso, con la cara blanca, la boca sonriente, la nariz de goma roja; un sombrero mucho más pequeño que su cabeza.
No hacía nada, no pretendía hacer reír a los niños, o vender unos globos transformados en animales; no bailaba ni hacía equilibrios sobre una pelota, no contaba chistes; por no hacer no parecía que ni quisiera dar pena dibujando una ausente lágrima sobre la mejilla. Sólo esperaba, fumaba y dejaba pasar el tiempo. Desconozco la historia de este hombre, sus razones y su trayectoria. A mí me ha parecido un espejo perfecto para reflejar este año, un espejo de Callejón del Gato deformando la realidad para hacerla más sincera, un esperpento cargado de razón que con su sola presencia desarticulaba todo el entremado ideológico de esa banda de terroristas que gobiernan nuestras vidas.
Acaba un año, sí, acaba una convención que necesitamos para poder medir la trayectoria de los acontecimientos. Pero la maldad permanecerá ahí el día uno de enero.
¿Creen en serio que este año ha sido malo? ¿Malo a nivel general y personal? -dos estratos que más nos valdría empezar a unir a todos- pues esperen al siguiente: este show de mal gusto del que somos espectadores obligados no ha hecho más que comenzar. Se lo digo para que en esa lista de buenos propósitos que todo el mundo hace -al menos los cautos que confían en la enmienda-, en esa lista en la que incluimos el dejar de fumar, hacer deporte o aprender un idioma, vayan pensando en incluir también la actitud que quieren tomar ante los acontecimientos que nos rodean. Porque vale que en un primer momento esto de la crisis les pilló con el paso cambiado, vale que es duro pasar de  emprendedor con ínfulas de rico a pobre de necesidad, vale que era más agradable pensar en qué commodity gastar el piquito del sueldo que pensar en como llenar la nevera para comer; pero ya está bien de excusas. O se toman esto como una lucha a cara de perro -entre trabajadores y capitalistas, dejémonos de estúpidas metáforas- o nos van a dar tal paliza que no nos va a reconocer ni nuestra madre.
Porque al final el año que viene vamos a decidir muchas cosas -y creo que no nos queda mucho más tiempo para postergar la decisión de hacia dónde queremos ir-. Saben de sobra de qué cosas les hablo: sanidad, educación, impuestos, derechos laborales… pero me refiero a algo más importante y que engloba todo lo anterior: decidir cómo queremos vivir nuestra vida.
Porque al final de eso se trata y porque al final por eso estamos en esta fosa séptica chapoteando desorientados: porque dejamos decidir a otros cómo queríamos vivir nuestra vida. Y joder, dejamos esta decisión tan esencial precisamente en manos de los tipos más criminales y despiadados de cuantos nos podíamos echar a la cara: aquellos que sólo piensan, que tienen como único objetivo, en llenar la buchaca de monedas de oro.
Miré por la ventana en la tarde de domingo de hace un par de días y vi una tienda de zapatillas deportivas abierta. Insisto por si no se han dado cuenta, un domingo por la tarde. ¿Qué absurda necesidad nos han metido en la cabeza para que queramos ir a comprar unas zapatillas deportivas en un día y a unas horas que sólo deberían dedicarse al digno arte de la pereza? Quizá los dependientes que trabajen en ella, viendo el desolado panorama laboral, estén hasta contentos por poder ganar unos cientos de euros al mes. Quizá deberían darse también cuenta que vendiendo  cinco o seis pares de estas zapatillas ya han generado el mismo dinero que les pagan a ellos por trabajar a todas horas y todos los días. Y mejor obviamos las condiciones de los parias que las han fabricado. Y todo esto ¿para qué?.
Pues para que un accionista gilipollas de esa compañía esté tomando daiquiris en una mansión hortera a todas horas y todos los días del año.
Ya se dan cuenta, ¿verdad? El accionista hortera y gilipollas que bebe daiquiris y todos los que son de su misma clase social decidieron la forma en la que querían vivir su vida, este año, el que viene y toda su maldita existencia. Al final todo se reduce a una cuestión de decisiones.
Por eso nos dan con la porra en las manifestaciones o meten a gente en la cárcel por hacer huelgas generales (Alfon libertad); por eso yo ando sin trabajo y sin expectativas de tenerlo como otros seis millones de españoles; por eso nos privatizan la sanidad y nos expolian la educación y cuando Esther sale a quejarse le revientan un ojo con una bala; por eso la gente al perder su casa -y sus sueños y su dignidad- no puede más y deciden quitarse del medio; por eso tenemos toda una estructura que confunde nuestros sentidos y nos hace querer ir a comprar una cosa que no necesitamos un domingo; por eso un hombre anda vestido de payaso en medio de la Gran Vía. Por eso hay días que dan ganas de llorar al ver en lo que hemos quedado.
Sufrimos para que un tipo en los Hamptons, un viejo, gordo y hediondo capitalista, tenga un ferrari en el garaje. Sólo por eso.
Ustedes verán qué quieren como resumen del año 2013, qué final prefieren para esta oscura narración.

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