Requiem por los Consejos de Juventud

En los últimos tiempos hemos asistido al cierre por derribo o inanición de distintos Consejos de Juventud en diferentes ámbitos. Se veía venir. Podríamos hacerlo fácil y echarle toda la culpa a la crisis. Sin ella, posiblemente, se mantendrían ya que nadie, ni la administración, ni las entidades  miembro, ni la dirección de los diferentes CC.JJ se plantearon un cambio acorde con los tiempos y que propiciara un salto hacia adelante.
 
En las siguientes líneas trataré de trasladar mi reflexión para el debate  desde un sentido crítico. Al que no le guste tiene los comentarios para ponerme a parir o hacer llegar su opinión.

Al césar lo que es del césar.

Antes de empezar no sería justo dejar claro el agradecimiento que le sigo profesando a los CC.JJ. Estar en un consejo autonómico durante cinco años ha sido uno de los motivos básicos para que luego me dedicara profesionalmente, durante mucho tiempo, a temas de juventud. Para mi formación fue básico. Conocí desde dentro su funcionamiento, asistí a tres asambleas del CJE y participé en muchas comisiones de trabajo. Especialmente guardo grato recuerdo de la Comisión de Drogas durante el periodo 89-92 donde se estableció la política del movimiento juvenil, en estos temas, durante los años siguientes.

Los principios: ya empezamos con cosas raras.

Si bien desde finales de los setenta comenzaron a constituirse plataformas de entidades juveniles por tipologías, con el denominador común de querer participar en la sociedad, fue a mediados de los ochenta y, en concreto, en el año 1985 (Año Internacional de la Juventud) cuando se constituyeron la mayoría de Consejos. De arriba abajo, como siempre, y dotándolos de una personalidad jurídica que ni el profesor Entrena Cuesta, en su dictamen jurídico de la época, pudo aclarar: corporaciones públicas de base privada. Resumiendo: un engendro jurídico en manos de jóvenes inexpertos y que había que constituirlos rápido para que el dichoso año internacional de la juventud de 1985 tuviera unos contenidos aceptables en nuestro país.

El dichoso “modelo de consejo”.

A pesar del engendro las cosas estaban claras. Los Consejos de Juventud nacen como órganos interlocutores del movimiento asociativo ante los poderes públicos y esa es su razón de ser y siempre lo ha sido. Pero seguíamos empeñados en buscar nuestro modelo. Puede que todo esté en la forma en que nacieron y en la que no participamos.  Ahora, una vez creados y puestos en marcha, nosotros queríamos dar nuestra opinión de cómo tendrían que ser. Demasiado tarde, demasiado control partidista y demasiado conformismo por unas cuantas subvenciones. Eran tiempos de inversiones, de subvenciones estratosféricas y de un Cabueñes por todo lo alto donde Nacha Pop nos deleitaba en la plaza del vetusto edificio de la Laboral en la maravillosa ciudad de Gijón.

Muchos años después, cuando oía que tal o cual consejo se iba a reunir para debatir el modelo, me estremecía al pensar que no se había avanzado nada en los últimos 20 años y lo más triste es que ya estaba establecido para que valía un Consejo: para promocionar el asociacionismo juvenil y a las entidades.

De trabajar para y por las asociaciones a hacerlo por la juventud.

Como si no hubiera trabajo que hacer con las asociaciones y su endémica debilidad, los consejos fueron poco a poco situando su foco de atención sobre los jóvenes. Nos atribuimos su representación y nos creímos eso de que éramos los que teníamos que defenderlos. Y sí, se hicieron cosas interesantes en el camino pero olvidamos en ese trayecto nuestra razón de ser: las asociaciones. Parece como si el trabajo para la promoción de las entidades pasara a un segundo o tercer plano e incluso muchos consejos de juventud  locales y regionales empezaron a convocar actividades destinadas a jóvenes. Pero ¿no era eso lo que debían de hacer las asociaciones? Además de la propia administración ahora eran los que tenían que defenderlas quienes hacían la competencia a las organizaciones juveniles.

Ahora, tantos años después, aquellos a quien defendiste por encima de todo han pasado de  ti y no han movido un dedo para evitar la desaparición, entre otras cosas porque, a pesar de los múltiples esfuerzos realizados, los jóvenes no saben qué son los consejos.

Nosotros también queremos ser como la administración y los políticos.

Y nos olvidamos de las asociaciones para tratar de ser otra administración en juventud reclamando sus derechos sobre todo lo que tuviera que ver con jóvenes. Era una ofensa que el Ministerio, Consejería o Concejalía no nos llamaran antes de elaborar cualquier política de juventud y queríamos que el Presidente fuera tratado como cual ministro, Consejero o Concejal. Éramos así de chulos y vanidosos. Ahí ya fue cuando comenzamos a ir a las reuniones con chaqueta y cartera y nos creímos los hijos de la polla roja. Que si hoy como con el Director General que si tengo una reunión con el Consejero, que no tengo tiempo nada más que para el Consejo, que si una rueda de prensa por aquí y una entrevista por allá…y claro, se nos fue la cabeza. Nadie con 20 años está preparado para eso. Las asociaciones no daban ese plus, dedicarte a la juventud y a hacer manifiestos por miles de causas por el mundo si daba caché.

La vida interna.

Y claro, sin referencias anteriores copiamos lo que teníamos a mano: los partidos políticos y sus cuitas internas.  De ahí salen las asociaciones fantasmas, un cáncer que ha corroído todo lo que ha encontrado a su paso.
En cierta ocasión, cuando se reorganizó un consejo autonómico y las entidades tuvieron que volver a solicitar su ingreso como miembro, me encontré con un hecho curioso: había más jóvenes afiliados a asociaciones que jóvenes en la Región. Todo por las subvenciones y nosotros en vez de denunciarlo y hacer autocrítica encima nos vanagloriábamos de lo fuertes que éramos. Estas situaciones provocaron que muchas entidades sociales se apartaran de la vida orgánica y social y sólo estaban ahí porque creían que tenían que estar porque si no, no habría subvenciones. De aquí al descrédito sólo hay un paso muy pequeño. Además, la policía no es tonta. La administración sabía perfectamente la situación pero mientras no le atacaras le daba igual todo. Las asociaciones tenían cada vez más problemas para llevar a la asamblea el número de delegados que les correspondían y así nos encontrábamos con novios, novias, hermanos y demás amigos comprometidos para llenar huecos y levantar las manos a la hora de votar. No se fue crítico y ahora estamos así.

La nefasta ley de asociaciones de 2002.

Con ella, se acabó lo poco que quedaba. ¿Qué hicieron los consejos? Esencialmente nada. Esta ley acababa con el modelo de asociacionismo juvenil para convertirlo en un mercadillo de ongs donde se primaba el modelo por el cual las entidades, a cambio de unos dineros, se iban a hacer cargo de algunas tareas públicas de la sociedad del bienestar. El tercer sector convertido en una fuerza económica, pero a cambio dimos todo lo relacionado con la participación social.
Para más delito, esa misma ley ya daba la herramienta para cargarse los últimos vestigios de la participación juvenil a través de los Consejos de Juventud: las comisiones sectoriales, un arma que quedaba en manos de la administración para cuando creyera oportuno. Pero los dirigentes de los Consejos de la época seguían más preocupados por sus manifiestos y defensa de la foca polar antes que de dar la batalla por una ley de asociaciones que se cargaba precisamente eso: las asociaciones, la razón de ser de un Consejo de Juventud.

El Consejo de la Juventud de España.

Era el modelo a seguir, la referencia y sus formas impregnaban el resto de Consejos. De arriba abajo, como siempre. No sería justo no reconocerle al CJE su esfuerzo por realizar magníficas publicaciones en muchos aspectos de juventud en general y de participación juvenil en particular pero su responsabilidad en la situación es grande. No ha sabido ser el eje por el cual se refundaran los Consejos a finales de los noventa y principios de los dos mil.

Las actuaciones de las denominadas ONGS con acampadas por todo el país reclamando el 0,7 para lo que se llamaba entonces el tercer mundo, tuvieron mucha trascendencia en los medios de comunicación y restaron todo el protagonismo al trabajo asociativo y participativo que realizaba mucha gente. El CJE no estuvo al quite y perdió la oportunidad de reclamar su espacio. Era un buen momento para replantear el modelo e incidir en la nueva ley. Pero en esos momentos le preocupó más su imagen y la de sus dirigentes que el fin esencial y las funciones que marcaba su reglamento.
Su única lucha era convertirse en administración y perdió absolutamente sus raíces de defensa del asociacionismo juvenil para darlo todo por los jóvenes y las causas que, según el día internacional que fuera, se ponían a defender. Y ahí empezó el principio del fin.

La autocrítica cero.

Ni antes nosotros ni después otros que vinieron tuvieron capacidad de autocrítica. Todo era defender lo indefendible. Éramos cuatro y el del tambor y nos empeñábamos en decir lo importantes que éramos. Los jóvenes cada vez se alejaban del mundo asociativo y nos empeñábamos en reflejar unos datos de participación falsos ya que sabíamos que ahí iban incluidos los jóvenes que estaban en asociaciones deportivas. Es más fácil echarle la culpa a la administración de todos nuestros males. Mientras, los políticos a los que jamás les ha interesado los consejos seguían a lo suyo: mientras que no se metan conmigo que sigan, no seré yo quien se cargue un consejo. Pues ha pasado, se los han cargado y nadie ha movido un dedo ¿por qué será? Podemos seguir echándoles la culpa, que también tienen, y mientras nos vamos de rositas. ¡Qué bien! Ahora nos lamentamos cuando un Concejal nos decía que quería un Consejo de Juventud en su pueblo cuando allí no había ni una asociación y rebuscábamos para hacerlo posible porque era importante eso de que hubiera un Consejo en cada pueblo. Humo.

Sin no hay asociaciones ¿para qué queremos consejos?

Y en definitiva, como en todo, el sentido común no se aplica ¿Para qué queremos Consejos de Juventud que representen asociaciones si éstas están bajo mínimos? ¿No será mejor empezar al contrario? Primero y ante todo son necesarias las asociaciones y una vez que estas lo consideren oportuno estaría bien crear plataformas que las defendieran en su conjunto ante la sociedad y la administración. ¿Os imagináis un colegio profesional sin colegiados? Para los que dudéis del ejemplo sólo deciros que en la actualidad algunos consejos funcionan legalmente como un colegio profesional sólo que en vez de defender los intereses de las personas lo hacen de sus miembros, las asociaciones.

El futuro.

Me ha salido muy largo este post y puede que pocos lleguéis hasta aquí. Me dejo muchas cosas en el tintero que seguro vosotros haréis llegar en vuestros comentarios. El futuro es negro, no ya para los Consejos si no para las asociaciones juveniles y ahí debería estar el esfuerzo de cualquier órgano interlocutor. Una sociedad vertebrada y articulada en asociaciones no sólo es necesaria sino vital para cualquier democracia y la nuestra está algo enferma y una de las razones es que ya apenas existen movimientos ciudadanos capitaneados por jóvenes. Es necesario cambiar la norma si queremos comenzar de nuevo. Sin eso todo lo demás sobra. Movimientos como el 15 M nos dan pistas de por dónde van los tiros. Espero que no se desaproveche una vez más.

Mis últimos párrafos de este largo post van dedicados a muchos y buenos profesionales que han pasado por los distintos consejos y que han nutrido a organizaciones, administración y empresas del sector. Un capital humano que en muchas ocasiones se ha visto superado por las dinámicas adquiridas hace mucho tiempo y que, entre todos, ni supimos ni vimos venir con el tiempo suficiente y cuando se alertó de la situación era demasiado tarde.

Y, por supuesto, la reflexión final: ¿Seguro que a los poderes públicos les interesa un asociacionismo fuerte que pueda replicarle?  ¿prefieren unas ongs sujetas a unas subvenciones para poder funcionar? ¿Sin dinero no hay participación?

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